Héroe de una famosa leyenda medieval alemana (v. Tannhäuser) que ha sido objeto de numerosas refundiciones poéticas en la literatura moderna.
Detrás del personaje legendario vive un personaje histórico: un poeta, un trovador, muerto, al parecer, hacia 1270; nacido tal vez en Salzburgo de Baviera y cantor en la corte de Federico II de Austria y luego en la de Otón II de Baviera, ora rico y poderoso, ora pobre, lleno de deudas y vagabundo, y cuyos cantos oscilan entre la religiosidad y la frivolidad, entre lo serio y la parodia. Es indudable que se burla del «Minnedienst», o «servicio de amor», cuando enumera las cosas imposibles, como desviar ríos o astros de su curso, apresar a la salamandra entre las llamas, u otras parecidas, que su dama, a cambio de sus favores, pretende obtener de él. En uno de sus «Leiche», Tannhäuser prorrumpe en un himno a Venus, mientras en otro entona un canto penitencial. Tal vez de aquí arranque la leyenda que, en un cantar publicado en 1515, pero indudablemente compuesto mucho antes, nos muestra al poeta hechizado por Venus.
Son versos ingenuos, pero llenos de frescor (Heine los comparó al Cantar de los Cantares, v.); Tannhäuser se presenta en ellos como decepcionado e indeciso, torturado por el remordimiento: «Vuestro amor se ha convertido para mí en dolor. Creo, oh mi señora Venus, noble y dulce señora, que no sois más que una diablesa». En realidad, a pesar de todas las seducciones puestas en juego para detenerle, parte en dirección a Roma, con objeto de obtener el perdón y empezar una nueva vida. Al serle negado aquél, regresa al monte de Venus; pero su resolución es la de un desesperado. Y el final es más bien una triste condenación del Papa que no le otorgó el perdón, que del propio Tannháuser.
Olvidada durante mucho tiempo, era natural que la figura del «cantor maldito» volviera a inspirar a los románticos; será el Tannhäuser lánguido y un poco insípido de la novelística de Tieck, o el Tannháuser grotesco y torpe de uno de los menos logrados relatos de Hoffmann (el cual tiene sin embargo el mérito de haber fundido por primera vez el Tannháuser de Venus con el trovador que participó en la Competición de los cantores en la Wartburg, v., abriendo así el camino a Wagner). También en la obra de los hermanos Grimm revive un Tannháuser dulcemente poético aunque demasiado pueril. Para dar nueva vida a la antigua figura, Heine hace de él un hombre verdadero, con todos sus ardores y sus despreocupaciones, con todo su amor y con toda la saciedad del amor. Los demasiados besos y la excesiva molicie del Venusberg le dan la sed de cosas más amargas: le horroriza aquella diosa tan bella que perteneció ya a tantos y que todavía será para tantos otros una fuente de delicias. Pero mientras postrado ante el pontífice solicita el perdón y el olvido, he aquí que Venus reaparece, con sus locas carcajadas de mujer feliz y con su irreflexiva alegría; de tal modo que la negativa del papa no parece a Tannháuser una desventura sino una liberación.
El pecador vuelve, pues, a Venus, que le acoge feliz, y el recuerdo de Roma y de su fracasada misión no es más que una pálida sombra que apenas empaña la dicha de los amantes. Muy distinto es el Tannháuser de Wagner (v. Tannhäuser). «Nunca es — dice Wagner — sólo ‘un poco’, sino algo ‘completo’ y ‘entero’: se entrega de lleno al goce entre los brazos de Venus, y con un sentido muy preciso de la necesidad de liberarse, rompe los vínculos que a ella le unen, sin repudiar por ello a la diosa del amor». Con Elisabeth, pura y casi etérea, le une un amor muy distinto: cuando ella, tras su larga ausencia, le acoge en la Wartburg con tan impetuosa pasión, Tannháuser se siente lleno de alegría y en su interior promete consagrarse a aquella vida noble y honrada que ha vuelto a descubrir.
Pero inmediatamente después, durante el Certamen, el himno que Wolfram de Eschenbach entona al amor espiritual despierta nuevamente en él un afán de burla y negación, y, en el recuerdo apenas dormido de sus pasadas voluptuosidades, Tannháuser entona a su vez un himno blasfemo al amor sensual y a la diosa de Chipre que lo encarna. La generosidad de Elisabeth, sin embargo, le hace volver en sí, y a partir de aquel instante se impone a Tannháuser el arrepentimiento y el deseo de redención. Rechazado y maldecido por el papa, regresa para ver muerta a la virgen fiel que en vano le aguardaba y que ha sucumbido al ver que entre los peregrinos perdonados y absueltos no figuraba su Tannháuser. En la angustia de aquella hora tan amarga, Venus reaparece y una vez más intenta apoderarse del pecador en un supremo ofrecimiento. Pero sólo por un instante Tannháuser parece ceder. Sobre el cadáver de Elisabeth, su cantor expira pronunciando una palabra de redención: «iSanta Elisabeth, ruega por mí!» Su amor le ha salvado, y ahora Tannhäuser podrá subir al cielo de los bienaventurados.
B. Allason