En la babilónica Epopeya de Gilgamesh (v.), como en otros documentos paralelos, la Serpiente tiene función y figura de símbolo; pero en el relato del Génesis (v.) adquiere movimientos y realidad de persona.
Por ello, ya sea que encarne al Tentador, ya que únicamente le preste su apariencia, de él tiene la fina intuición psicológica, la penetrante insinuación, la seguridad y la sonrisa de una victoria difícilmente adquirida; de modo que la mujer adivina en seguida en ella la presencia de un ser superior, que se sitúa sin embargo en su mismo plano de criatura racional y por ello se adentra en el insidioso diálogo. La primera tentación es así, ante todo, un finísimo juego intelectual, antes de alcanzar la voluntad y los sentidos; en ello difiere de las narraciones míticas, en las que el elemento emotivo e irracional ocupaba el lugar más importante.
Incluso el dragón rojizo del Apocalipsis (v.), que es la misma serpiente del Génesis, se ha enriquecido con más amplios elementos fantásticos y rebosa de significaciones simbólicas, pero carece de la esencial claridad y de la fría lucidez de la primera imagen bíblica, en la que la misma lucha entre el bien y el mal — triste herencia de la primera culpa —se anuncia en términos del más elemental simbolismo. De esa manera, la figura bíblica de la Serpiente rebasa lo cósmico y lo monstruoso, para indicar una libre y tremenda responsabilidad del mal.
E. Bartoletti