Señora Warren

[Mrs. Warren]. Pro­tagonista de la comedia La profesión de Mrs. Warren (v.), de George Bernard Shaw (1856-1950). Tras haber pasado su niñez en un ambiente miserable y haber recorrido una serie de oficios a cual más bajo, su hermana la saca a flote gracias a una tur­bia combinación.

Y con el torpe medio de las casas de citas la señora Warren va prosperando, y alcanzaría quizás una po­sición semidecorosa si, desde el momento en que la posesión de tales establecimientos constituye un negocio como cualquier otro, el fisco no pudiera intervenir bonitamen­te en ellos. Claro está que a la señora Warren podría achacársele el haber empe­zado su carrera ni más ni menos que en la calle, pero las condiciones en que la empezó no le permitían otra cosa, y con el tiempo que desde entonces ha trans­currido ha llegado a convertirse casi en una verdadera dama, orgullosa de la per­fecta educación que ha dado a su hija y, a pesar de cierta afición a los colores chillones y de algunas epidérmicas languideces que la asaltan cuando ve a un hombre demasiado apuesto, hace gala de una con­descendencia o de una convencional seve­ridad materna que en nada desdice de la moda.

Su antigua miseria pone a veces un acento de ternura en sus negocios: pién­sese que si su hija supo ganar, en la escuela, entre otros muchos, un determinado título de honor, el esfuerzo necesario para la conquista de semejante título tuvo que ser financiado por su madre, y ahora la estudiosa heroína confiesa que a aquel pre­cio no volvería a empezar la prueba. Pero una vez descubierto el secreto materno, aunque no hasta el punto de saber que el negocio continúa siendo tal, la muchacha quiere romper todo vínculo con su madre. Ésta, empero, tiene una manera de pa­rapetarse en su reducto, y, por así de­cirlo, de asegurarse las espaldas en la pa­red antes de librar combate, que provoca el optimista, arranque de los demás.

La muchacha, herida en aquel sentimentalismo que menos esperábamos hallar en ella, va­cila, pero la ruptura acaba por producirse. O, mejor dicho, lo que se produce es la separación natural de dos mundos que ya no se parecen en nada ni se pertenecen mutuamente, aunque el primero haya en­gendrado al segundo. En realidad, ni la madre sabría renunciar al suyo, aun por amor a su hija, ni la hija, por mucho que quiera a su madre, podría resignarse a perder las posiciones conquistadas.

R. Franchi