Introducido en Grecia, en las postrimerías del siglo XVIII, Qaragoz se convirtió en Karaghiozis, personaje principal del teatro griego de sombras, en el que su figura se caracterizó por rasgos muy particulares. En efecto, el héroe que da nombre al espectáculo difiere profundamente de su modelo turco.
Es jorobado, extraordinariamente feo, con una gran nariz y unos brazos muy largos y va siempre harapiento, descalzo y miserable. Aunque malicioso y astuto, en el fondo no es malo. Siempre está hambriento y sin blanca, pero sus habilidades le permiten salir del paso, aunque no es seguro que no tenga después que habérselas con la policía o con algún padre de familia airado. En los momentos difíciles se defiende, según las circunstancias, unas veces a base de astucia y otras fingiendo necedad y no pierde jamás su endiablado brío ni su sátira amarga. El carácter de Karaghiozis tiene un sabor muy peculiar, lo mismo que su lenguaje y sus juegos de palabras.
A pesar de sus malignidades y jugarretas es un tipo extremadamente simpático: su corazón, en el fondo, es bueno y, en determinados momentos, capaz de sentimientos humanitarios y nobles acciones. Se ha observado con razón que en la figura de Karaghiozis el pueblo neogriego se ha complacido en reflejarse a sí mismo como en un espejo curvado, con deformaciones caricaturescas, pero también dejando adivinar sus virtudes. Hasta cierto punto, Karaghiozis encarna a los griegos esclavos de los turcos, que a pesar de sus desdichas lograban en alguna manera imponerse a sus poderosos dominadores.
L. Politis