[Petit-Chose]. Personaje principal (Daniel Eyssette es su verdadero nombre) de la novela así titulada (v.) de Alphonse Daudet (1840-1897), es, a pesar de la ostentosa y excesiva riqueza de su sentimentalismo, una criatura viva, gracias a la singular melancolía y a la sensación de ternura que experimenta todo aquel que, al evocar la historia de sí mismo y de sus propios días, se ve nuevamente niño e indefenso ante la vida.
Poquita Cosa, en parte autorretrato de Daudet, quien nos lo presenta con paternal simpatía, menudo, azorado y ridículo ante sus condiscípulos y el profesor, con su camisola (detalle que recuerda la famosa «casquette» de Carlos Bovary, v.), hijo de un comerciante arruinado, mantiene, no obstante, su firmeza de carácter: las adversidades de la vida se ceban en él y le dejan ciertas huellas, pero no alteran su sólida fibra. Poquita Cosa, que interrumpe sus estudios, que entra de ayo en un colegio y sufre la bajeza y malicia de los muchachos, las envidias de sus colegas y las injusticias de los superiores, poeta y enamorado de la «señora del primer piso», por cuyo amor conoce la vida de pícaro en una compañía de ínfimo rango, es siempre, no obstante, el hijo de buena familia y buena provincia que, a pesar de momentáneos desfallecimientos, no puede perderse del todo ni sucumbir: su hermano Jaime es su ángel custodio, por lo cual, con el exceso de sentimentalismo que perjudica la obra aunque quizá contribuya a hacerla agradable, le llama acertadamente «mamá Jaime».
Y es éste, precisamente, quien, hermano no sólo de carne sino también de alma y representante de todas las sólidas virtudes que Poquita Cosa posee únicamente en parte, completa el personaje: con su apoyo en las horas de duda o desviación impide que languidezca o sucumba el firme ideal de éste. Para el muchacho herido en el alma, este ideal se concreta en su deseo de levantar nuevamente la casa que ha abandonado, rehacer la fortuna perdida y devolver la alegría a sus ancianos y atribulados padres; la desdichada experiencia lírica del jovencito que canta las mariposas azules significa, en la trabazón de los episodios, que también la poesía ayuda a vivir, sostiene las justas aspiraciones en los corazones humanos y las alienta con su solidaridad, para que no se malogren.
G. Falco