Protagonistas de la novela Persiles y Sigismundo (v.), de Miguel de Cervantes Saavedra (1547- 1616). Persiles es príncipe de Tule, y Sigismunda, princesa de Frislanda: a la nobleza de sus linajes responde la nobleza de sus sentimientos, por cuanto la bella y purísima pareja, fingiéndose hermanos, bajo los nombres de Periandro y Auristela, no menos musicales que los suyos verdaderos, recorren Europa entera desde su extremo septentrional hasta su extremo meridional, desde Islandia a Roma, a través de singulares aventuras terrestres y marítimas, para obtener del Papa que Sigismunda sea liberada de una promesa de matrimonio anteriormente hecha al hermano de Per- siles.
A su alrededor se despliega un escenario misterioso: islas deshabitadas, mares desiertos y seres infortunados a quienes un trágico destino acosa, entre angustias y suspiros, por tierras inhóspitas y erizadas de peligros. Concebidos dentro de una ideal perfección caballeresca, Persiles y Sigismunda representan una humanidad exquisitamente sentimental que desdeña afirmarse con caracteres de verdadera y auténtica individualidad. «Sigismunda es una belleza más que estatuaria, estática, como una fracción de belleza; y se diría que su virtud aspira especialmente a mantener y salvar la inmovilidad de sus líneas perfectas, ya que la belleza en acción es por lo menos una gracia rayana en la coquetería. Y asimismo Persiles es de una perfección física y moralmente inmóvil, con la que no se aviene ninguna violencia de acción» (De Lollis).
Son, pues, unos héroes ideales, sacados del anárquico y fascinador mundo de la caballería y sometidos a los trabajos de la aventura bizantina entreverada de naufragios, raptos, inopinadas separaciones y encuentros aún más inopinados. Al igual que son caballerescas las figuras, aunque traspuestas a un mundo burgués, del que se ha eliminado la «inverosimilitud» contra la que apuntaba la sátira del Quijote (v.), caballeresco es también su amor, que es el amor cortés entre el caballero y su dama, el amor fiel y casto de Amadís (v.) por Oriana (v.) o de don Quijote (v.) por Dulcinea (v.). La fidelidad de los enamorados resiste a todas las pruebas, ya que de Sigismunda se prenda, entre otros, el shakespeariano rey Policarpo, que pretende hacerla su esposa, mientras Persiles despierta no menos amorosos sentimientos en la princesa Sinforosa.
Pero tanto uno como otra logran conservar su pureza y llegar intactos a la santa meta de su peregrinación. Intactos, pero también «congelados», sin desarrollos interiores, como pálidos fantasmas de un mundo de ensueño, al cual fue negado el contraste de la realidad en cuyo dualismo el arte supremo de Cervantes sabía recomponer la desgarradora disonancia de la vida.
C. Capasso