Octavio

[Octave]. Protagonista de la novela Armancia (v.) de Stendhal (1783- 1842). Semejante, aunque distinto, a Fabricio (v.) y a Julián Sorel (v.), delineado con netos pero huidizos trazos e iluminado con una delicada luz metálica que a la vez hace centellear y amortigua el ardor de sus llamas, Octavio de Malivert, frágil y du­rísimo, transparente e irisado como un vi­drio antiguo, aparece ante nuestros ojos como la imagen irónicamente compuesta, enrarecida y difícil, de una vida y de un dolor.

El autor dice «de un misterio»; pero nada hay más claro que el misterio de Octavio, ese triste secreto que hará de él, hombre sin derechos y sin destino por cuanto le está negada la posibilidad de amar, un suicida de .veinte años, colmado de anhelo amoroso. Octavio es también la encarnación de una crisis histórica: en él se encierra toda una época, último retoño de aquella aristocracia francesa que la Res­tauración, mal de su grado, acaba de con­sumir, lleva en sí el desasosiego de su clase social, del cual tiene lúcida conciencia y por el cual sufre como sufriría de una herida: para él, en efecto, implica la im­posibilidad de desarrollar libremente su yo en el desdén de cuanto representan su pro­pia persona y su propio nombre, y agrava aún su particular tortura de hombre que sabe que su vida carece de sentido.

Sin embargo, la vida parece abrírsele amplia y victoriosa en la fuerza de su sentimiento de amor y en la seriedad de sus ideales; se extiende a su alrededor con toda la ri­queza y el brillo de las esperanzas que el progresivo derrumbamiento de un mundo había de suscitar en los jóvenes mejor do­tados: aquellas esperanzas que se llamaban independencia de Grecia, o existencia nue­va en sus razones y en sus actos. Pero era indispensable poder creer en sí mismo. Des­pués de analizarlo, pensarlo y meditarlo todo («… au lieu de conformer ma conduite aux événements que je rencontrais dans la vie, je m’étais fait une règle antérieure à toute expérience…» [«… en ltigar de ajus­tar mi conducta a los acontecimientos que encontraba en la vida, me había creado una norma anterior a toda experiencia…»]), Octavio se entrega a aquellos sutiles racio­cinios que constituían la herencia del Si­glo de las Luces. Pero refiere siempre a la ciencia psicológica, anticipándose en un siglo a algunos procesos freudianos, to­dos los movimientos de su propia realidad viviente.

Evidentemente, Octavio es ya el héroe romántico, con su silenciosa y pa­tética interioridad y con su soledad inevitable («… il vit comme un être à part, séparé des autres hommes…» «…un être, qui de la vie ne s’était confié à person­ne…» [«…vive como un ser aparte, sepa­rado de los demás hombres…» «…un ser, que jamás en su vida se había confiado a nadie»]), con su superioridad espiritual («…il ne lui manquait qu’une âme commuñe…» [«…sólo le faltaba un alma vul­gar…»]), con su «soñar profundo y a me­nudo agitado», con su fiel amor que nada sabe de juegos, sino sólo de fatalidad y de muerte, y que es capaz de transformar­le por completo («…il avait renoncé á se rendre raison de ses mouvements…» «…prenant souvent la parole sans savoir comment il finirait sa phrase, il parlait beaucoup mieux…» [«…había renunciado a ex­plicarse sus movimientos…» «…tomando a menudo la palabra sin saber cómo acaba­ría la frase, hablaba mucho mejor…»]) con la sin igual ternura que late en el fondo de su carácter atenuando sus rebeliones y su cinismo, su inflexibilidad y su amor propio.

Pero Octavio es por encima de todo, en todos los sentidos, el hombre stendhaliano que «se contempla vivir», el hombre que destila su conciencia en un sinfín de pruebas de conocimiento, el hom­bre cuya visión intelectual precede siem­pre al momento del abandono; y que cuan­do llega a éste, como si el vivir fuera una inevitable culpa de antemano pagada por la conciencia, no halla otra cosa ni aspira a nada más que a la muerte.

Aquel gra­tuito anhelo por el obligado paso de la «puerta estrecha», que deja sin consisten­cia la figura de Armance, débil reactivo a la suya, nace en Octavio de una trágica y terrena realidad y de un grave destino que acabará con su vida. Octavio no es un símbolo; pero por la oscura incapacidad de su fuerte corazón, por la implacable re­sistencia que la felicidad le opone, y por su final confianza en la muerte como solu­ción y apaciguamiento, tal vez todos los hombre reflexivos puedan reconocerse en él a sí mismos.

G. Veronesi