[Míkhal]. Hija de Saúl (v.) y esposa de David (v.), Micol no habla ya con voz bíblica a la cultura europea. Por obra de Alfieri (v. Saúl), su figura cobró una más dulce e íntima grandeza, transida por el dolor del triple sentido trágico de Saúl, de David y de Dios.
En los Libros de Samuel (v. Reyes), Micol es, más que el encuentro de dos mundos trágicos, un medio y un residuo que Saúl emplea como espejuelo: «Y Micol, hija de Saúl, amaba a David… Y Saúl dijo: Yo se la daré, para que pueda ser para él una trampa, y la mano de los filisteos le oprima». A partir de aquel momento, la joven se halla abrumada entre los dos gigantes en lucha: suspendida entre el palacio paterno y las cavernas del fugitivo, su vida afectiva no acierta a dividirse y se desgarra. Aparece ante nosotros tal como la encontraron los guardias, junto al lecho desierto: ha hecho huir a su esposo por una ventana y ha puesto un monigote como blanco a los puñales de Saúl.
Y permaneció en el tálamo junto al monigote, como Laodamia, hasta que su padre la entregó a otro hombre, y su silencio desapareció en el silencio del libro. Más tarde, cuando la catástrofe del monte Gelboé segó la familia de Saúl, el rey David se acordó de Micol, como esposa o quizá como conquista, y envió a Abner (v.) a su modesto hogar nuevo, «y la tomó de su marido Paltiel, hijo de Lais. Y su marido la siguió llorando hasta Bachurin. Y Abner le dijo entonces: Vete, vuélvete atrás. Y él se marchó». La vida de Micol se ve nuevamente desgarrada, y toda su poesía se desvanece: en el palacio, entre esposas y concubinas, Micol es el recuerdo de un pasado ya caduco.
El alma de David se iluminaba, pero la esposa que le había consolado cuando era un pastor con arpa y honda, declinaba hacia la aspereza de la madurez, en el humillado orgullo de su estirpe difunta. «Cuando el Arca del Señor entró en la ciudad de David, Micol, asomada a la ventana, vio al rey David que danzaba y triscaba ante el Señor; y le despreció en su corazón… y se dijo: ¡Verdaderamente hoy es un día glorioso para el rey de Israel, que, a los ojos de las siervas de sus esclavos, se ha descubierto como un loco sin pudor!… Por ello Micol, hija de Saúl, no tuvo hijos hasta el día de su muerte». La última rama verde de la casa de Saúl se agostaba con ella porque el Mesías no debía heredar la sangre orgullosa de aquel gran pecador. Y Micol caía sin futuro ante Dios.
P. De Benedetti