[Mercutio]. Personaje de Romeo y Julieta (v.) de William Shakespeare (1564-1616). Amigo fiel de Romeo (v.), por quien habrá de dar la vida, es una de las más características entre aquellas figuras shakespearianas de segundo orden que parecen más bien fruto de un inspirado capricho que de un preciso intento representativo.
Impulsado a la vez por veleidades intelectuales y por licenciosos deseos, ajeno al amor, y enamorado sólo de su propio ingenio, del que da insigne muestra en la descripción del cortejo de la reina Mab (I, 4, 53 sgs.), ingeniosa y fantástica como un cuadro de Bosch, Mercucio muere hacia la mitad del drama, según se dijo porque Shakespeare no había tenido más recurso que hacerle morir si no quería acabar él mismo a sus manos: hasta tal punto aquel personaje amenazaba con convertirse en predominante.
En realidad, Mercucio es vitalidad pura, un hombre dispuesto a aceptar los contrasentidos de la existencia como un peligroso y divertido juego en el que se desahoga su exuberancia, y únicamente dirigido por una íntima y desenvuelta generosidad a la que ni él mismo parece dar excesivo valor. Su rasgo característico es ver todas las situaciones bajo un aspecto alegremente exaltado y, a pesar de todo, como un fin en sí mismas, aparte de todo vínculo con sus antecedentes y consecuencias. Actitud superficial, en el fondo, propia de un hombre decidido a no ver en la vida más que lo episódico, y, en lo no episódico, nada más que la posibilidad de un intenso y alegre clima sensual o divertido.
Pero en la superficie, Mercucio domina: diríase que los acontecimientos no tienen extensión suficiente para él, y que necesita dilatarlos revistiéndolos con su locuacidad y repitiéndolos hasta el infinito en una gárrula tautología de definiciones distintas cuya expresión se complica con juegos de palabras e imprevistas asociaciones de ideas. En todo ello hay algo de forzado, como un íntimo escepticismo que se hubiera hecho optimista para no caer en la desesperación: herido de muerte, Mercucio continuará su papel, interrumpiéndolo sólo un momento por el estallido de una frase: «¡Al diablo vuestras familias!», que si por un lado puede considerarse afectada, por otro revela una reacción muy íntima y muy amarga.
Bajo este aspecto, Mercucio es el primer representante de una figura por la que el romanticismo y el postrromanticismo habrá de sentir especial predilección: la del hombre que renuncia a tomar la vida por lo que es y le impone su propia forma, artificial y brillante. Pero su actitud está, a pesar de todo, sostenida por un carácter profundo, por una pura locura, que, en ese drama de locuras, de odios locos y de locos amores, se convierte en un comentario central y en la poetización de un escepticismo que surge naturalmente entre las dos expresiones exasperadas de la luz y de la sombra. U. Déttore