Protagonista de la comedia Mercadet, el negociante (v.) de Honoré de Balzac (1799-1850). Si la comedia ha envejecido, el carácter del hombre de negocios, aunque tratado sin fineza, se mantiene viviente y atestigua cómo se formó, hace un siglo, la sociedad industrial francesa.
Aquellos especuladores y jugadores de Bolsa (los mismos que aparecen en tantas novelas de la época), parecen, de vez en cuando, magos o bribones: la reproducción de aquel ejemplar, aunque menos ruidoso, sigue viviendo en nuestros días rodeado de jurídicas argucias y menos superficialmente ingenioso en su invención de trucos para evitar la quiebra. Ello hace pensar en lo ingenuos y crédulos que deben de ser aún esos hombres de negocios que, lógicamente, debieran figurar entre los más avisados. Mercadet, esencialmente, a pesar de su amoralidad y de su charlatanería (que no llegan a hacerle antipático) es un hombre interesante, a la manera de ciertos personajes de Goldoni, por las invenciones de su fértil cerebro y no llega a ser malvado ni un hombre de completa mala fe: arruinado por la fuga de su socio Godeau, llega a creer en sus propias fantasías y en las imaginarias empresas de sus sociedades anónimas; está convencido de que la riqueza llegará mañana, y de que una varita mágica cambiará súbitamente la situación.
Mercadet es un visionario, que cree en lo inverosímil y en nada más. Por ello no puede aprobar el amor sincero de dos jóvenes, demasiado sencillo y humano, ni prestar fe a la noticia de la verdadera llegada de Godeau, trayendo de las Indias el dinero de su sociedad, pues él mismo había ya antes urdido una mentira, a base de una llegada falsa, y ahora no comprende que la realidad confirme su invención. Pero la vida es más leal que él: existen prometidos que no reclaman la dote, culpables que se redimen y amigos que no traicionan. Y cuando ocurren esas cosas inesperadas, el viejo hombre de negocios no puede ocultar su cansancio: la comedia del engaño ha acabado por agotar sus facultades.
Y se aleja de la escena y de la acción, pero no podemos dejar de pensar que todavía, en la soledad de su retiro en el campo, volverá a concebir proyectos de empresas, alzas en la Bolsa, riquezas sin límites, y que el escenario de sus sueños, una vez más y para siempre, seguirá siendo el fascinador ambiente del agiotaje.
G. Falco