Personaje de Tierras vírgenes (v.), de Iván Turguenev (Ivan Sergeevič Turgenev, 1818-1883). Es la hija de un general degradado por malversaciones y fallecido en la miseria después de largas vicisitudes.
Acogida en casa de unos tíos que tratan de creerse a sí mismos y de que se les crea, ya que no gente de corazón generoso, por lo menos de tendencias democráticas y republicanas, aunque en realidad son unos conservadores afrancesados, al estilo de toda o casi toda la nobleza moscovita contemporánea (nos hallamos hacia 1870), Mariana Vikentievna Sinjezkaia templa aparte su carácter de rebelde desdeñosa y silenciosa, al cual, aun antes de que se nos manifieste en la pasional narración de su vida, ilumina el autor con clara expresión en los escasos rasgos incisivos de un retrato físico.
Sueña en el bien del pueblo a través del ideal de la revolución necesaria, y es posible que pueda llegar a realizarlo si se pone bajo la obediencia de un hombre que materialmente sepa guiarla por el camino de la acción. Definirla equivale a decir bajo qué límites sustancialmente orgullosos personifica al ser femenino, que, en efecto, espera su propio guía, pero con el conocimiento de cuáles deben ser las facultades constitutivas de aquél, y,- por ello, sabiendo también, hasta cierto punto, escoger como una señora su maestro.
Sin embargo, en el joven que la suerte ha puesto frente a ella, y al que Mariana ha podido elegir valorando la absoluta pureza de su corazón, no se encuentran las dotes requeridas en quien debe asumir la parte representativa de la autoridad; en cambio, este muchacho posee un temperamento fundamental según el estilo de Hamlet (v.), heredado de la sangre de un padre aristócrata, con el que contrasta la voluntad de la acción, impaciente, y, por lo tanto, fácil de agotarse en sí misma. Mariana huye con él y se le ofrece, movida por la inquebrantable fe en su honradez, a cambio de que aquél declare sentir y aceptar la compleja y terrible responsabilidad de la empresa.
No obstante, el joven revolucionario ha ido perdiendo dolorosamente la confianza en la causa suprema y común, siquiera trate de espolear este decaimiento con una casi voluptuosa búsqueda del sacrificio; y. así, lejos de aceptar la oferta, se convence de que mejor compañero que él para la mujer de su corazón será otro hombre menos románticamente receloso, pero más fuerte para gobernar en medio de la fatigosa paciencia impuesta por las circunstancias contemporáneas, y más apto para prever y aceptar virilmente el porvenir.
Y, leyendo con: perspicacia en el corazón de la mujer y consciente de librarla de un vínculo que de otra forma hubiera considerado sagrado, se da muerte. A aquélla corresponde, en adelante, aceptar el sacrificio, lo cual hace con una nitidez que implícitamente perfecciona la íntima elevación de su destino, así como su figura impecable.
R. Franchi