Personaje de la comedia El vergonzoso en Palacio (v.), de Tirso de Molina (1584-1648). La Magdalena que al principio de la obra se declara dispuesta a casarse con el conde de Vasconcelos porque su padre lo quiere y su deber de mujer la induce a «callar y obedecer», poco tiene de común con la que poco después olvida su rango y su posición cuando los juzga obstáculos para la conquista de su hombre.
Con todo, no hay por qué maravillarse, dado que ella misma es la primera en no hacerlo: «¿Qué culpa tengo yo — viene a decirnos — si he encontrado al único hombre a quien puedo amar?». Y la mujer, en ella, vence a la hija del duque. Allí donde sopla el amor, poco valen la jerarquía y el dinero, aun cuando no salgan las cuentas. Muy claro se lo hace decir el autor cuando afirma que «atropella el gusto / las leyes de la razón». Planteado así el problema, la única dificultad consiste en convencer al amado a que se declare, toda vez que ésta es la costumbre.
Mireno (v.), sin embargo, posee una lógica normal, y no se atreve a creer que es amado por la hija de su señor. Ello obliga a Magdalena a recurrir a mil ardides para declararse sin aparecer descarada: si es necesario, llegará incluso a hacer que se la oiga hablar claramente en sueños… de cosas que, en realidad, dice totalmente despierta. Tanto persiste, empero, la duda de Mireno, que, indignada, ella misma acabará por rechazarle más de una vez. No obstante, Magdalena no puede consentir en retrasos, y — con la presteza propia de los héroes del teatro clásico español— llamará hacia sí a Mireno y le hará su esposo ante Dios, en espera de poder hacer también lo mismo ante los hombres.
Esto último ocurre fácilmente, por cuanto acaba manifestándose asimismo la alta prosapia de Mireno, Sin embargo, de no haber sido así, la cuestión tampoco hubiera tenido para Magdalena la menor importancia. «¿Diferencias? Pero, ¿acaso el amor no es un dios?», dice ella misma en su falso sueño. Magdalena es la primera revolucionaria de la historia del amor moderno, y su manera de eliminar los obstáculos sociales se anticipa casi en dos siglos a la Revolución Francesa.
F. Díaz-Plaja