Ligeia

Heroína de la narración de este nombre (1838), del escritor americano Edgar Allan Poe (1809-1849), publicada nuevamen­te en Cuentos del grotesco y el arabesco (v. Historias extraordinarias).

El narrador anónimo la presenta como su esposa, pero el abrazo con que ella le envuelve es más bien el de una madre cósmica. Alta, del­gada y silenciosa, se mueve como una au­gusta sombra por los corredores de un pa­lacio gótico situado en una «ciudad junto al Rin, nebulosa y decadente»; con la sola «atractiva y fascinante elocuencia de su baja voz musical», y el tacto de su «mano de mármol» hace percibir su entrada en el estudio donde, como una madre que ense­ñara a andar a un niño, conduce a su es­poso por «el caótico mundo de la investi­gación metafísica» y «los agradables pai­sajes… de una sabiduría demasiado divina­mente preciosa para no estar prohibida».

Su cultura es, en efecto, desmesurada; ha pasado por «todas las vastas zonas de la ciencia moral, física y matemática»; sin ella, su esposo no es más que «un niño que anda a tientas en la noche», y su presencia vive en el espíritu de éste «como en un tabernáculo». Los orígenes de Ligeia se pierden en un pasado remoto y misterioso; su «singular y aun plácida» belleza es la propia de los «seres ajenos a la tierra o elevados sobre ella». Largos y espesos ca­bellos negros, negras cejas y negras pesta­ñas contrastan con una piel «que rivaliza con el más puro marfil» y con facciones tan «fantásticamente divinas» en su exótica ar­monía que sugieren la idea de una «espiri­tualidad» hebrea, griega y oriental al mis­mo tiempo.

Sus refulgentes «luceros», «más grandes aún que los mayores ojos de una gacela del valle del Nourjahad», son comparados, por su poder de extraer profundos ecos de los repliegues del alma de su es­poso, con cristalinos arroyos de agua, con cierto «astro de sexta magnitud, vacilante y mudable, situado junto a la gran estrella de la Lira», con sonidos de instrumentos de cuerda y con la cita que sirve de epígrafe a la narración: «Sólo a través de la debi­lidad de su voluntad frágil el hombre se somete completamente a los ángeles o a la muerte». La voluntad de Ligeia es «gigantesca» : expresada durante su vida en una arrogante pero dominada intensidad de palabra, conducta, sentimiento y pensa­miento, sobrevive a su muerte física, y, me­ses después, vuelve a la vida real bajo el indumento de su sucesora.

No mucho más ni menos que mera «figura» — quizás imagen de un sueño—, Ligeia encama una fantasía de perfección sobrenatural, y, co­mo ideal visionario, triunfa del Gusano Conquistador que devora la carne de los Mortales. Pero, luego de haber eludido los ángeles y la muerte, se ha dejado catalogar como ejemplar ideal de la omnisciente y omnipotente «Imagen de la Madre» en la sección edípica de la colección de figuras de un psicoanalista. Un poeta y traductor francés, el ejercicio de cuyo genio no se vio obstaculizado por su extraordinaria fa­miliaridad con el estilo americano, atribu­ye todo el secreto del éxito de Ligeia en Europa, al haber trocado la obra a la que ésta da nombre por un «petit poème en prose». En América, no obstante, es difícil distinguir cuánto hay de válido en la figu­ra de esta heroína (y aun de muchas otras de Poe) de una trama verbal cuya ligera rudeza extrae de los profundos repliegues del alma del lector armonías exóticas de perfumes baratos, flores marchitadas y fru­tas de mediana calidad.

S. Geist