[Lewī]. Tercer hijo de Jacob (v.) y Lía (v.), pasa por el libro del Génesis (v.) como una sombra, velado por la santidad de su padre y la gloria del Sacerdocio de él procedente.
Su figura tiene caracteres de símbolo: la tribu de Levi, todo un pueblo, casi, reunido en un hombre. Sin embargo, su vida sólo tiene una remota santidad de destinos; la promesa divina encontró su cauce en él como en una canal de plomo. Tan malo como sus hermanos, su historia es la misma de éstos. Pastor en la casa paterna de Canaán y brutal actor de lo acontecido con José (v.), desde su nacimiento en Asiría hasta la transmigración a Egipto no oímos de su boca una sola oración, ni encontramos en su vida la presencia de una alma.
Sólo una vez se separa de sus hermanos, y aun para un delito. Su hermana Dina había sido prometida al príncipe de los siquemitas, quien anteriormente la había violado. La boda, la paz y la circuncisión de las gentes de Siquem habían casi llegado a hacer de ambos pueblos uno solo. «Al tercer día, empero, cuando el dolor de la circuncisión era más agudo, los dos hijos de Jacob, Simeón y Levi, hermanos de Dina, irrumpieron en la ciudad, espada en mano, y dieron muerte a todos los varones». El sacrilegio del asesinato de esos cananeos, muertos cruelmente en la debilidad de la circuncisión, y precisamente junto al umbral de la Ciudad de Dios, pesará sobre la estirpe de Levi cual una condena de dispersión perpetua.
Su tribu sufrirá la diáspora mil años antes que su pueblo, y vivirá continuamente bajo el signo de la profecía de Jacob moribundo: «Simeón y Levi son hienas, han consumado la violencia con su engaño… en su cólera han dado muerte a hombres, y en su capricho enervado toros. Maldita sea su ira, que fue violenta, y su furor, que fue inflexible. Yo los dividiré en Jacob y los dispersaré en Israel».
P. De Benedetti