Protagonista del drama El infamador (v.), de Juan de la Cueva (1543- 1610). Alguien ha querido ver en él un antecedente de don Juan (v.), aun cuando, en realidad, lo único que tiene de común con el Tenorio es el amor hacia el bello sexo.
En Leucino, todo adquiere caracteres repugnantes, y aquella especie de grandeza que los diversos tipos de don Juan conservan aun en medio de sus crímenes, aparece aquí sustituida por bajas y vulgares pasiones carentes de toda nobleza. Para Leucino, el dinero lo es todo en esta vida. No es que el dinero tenga importancia en cuanto medio de sobornar a alcahuetas y criadas — como ocurre en el don Juan de Zorrilla—, sino que* ya de por sí, posee la facultad de fascinar a las mujeres; y Leucino — afirmación que en el siglo XVI equivalía a una blasfemia; —prefiere el oro al blasón: nada es el noble frente a un villano enriquecido, y las mujeres le amarán por su opulencia, y no porque sea, como pudiera serlo, un caballero ilustre.
No acaba de comprenderse cómo puede Venus dispensar su protección a un amante tan poco digno de la ayuda divina. De todas formas, ni aun la intervención de la diosa logra hacer que Heliodora — la cual ha rechazado ya las propuestas de la alcahueta Teodora — se rinda a los deseos de aquél. En su vulgaridad, no se le ocurre a Leucino otra cosa que forzarla a satisfacer su pasión y vengarse. En una riña, Heliodora mata a un criado de Leucino, y el vil libertino, aprovechándose de la ocasión, se convierte en calumniador: el sirviente — afirma — ha sido muerto porque era testigo molesto de los vergonzosos placeres a que la muchacha se entregaba con un amante. Heliodora será encarcelada y deberá pagar la pena de un delito no cometido.
Pero, si bien Leucino cuenta con la protección de Venus, la joven tendrá la de Némesis y de Diana; y así, aquél se ve obligado a confesar su calumnia y es condenado a ser enterrado vivo. Es natural que acoja la sentencia con llantos y sollozos, por lo mismo que es un cobarde. El autor ha plasmado la figura de Leucino con todos los elementos negativos que puedan darse en un hombre rico y noble; su carácter despreciable es, por lo tanto, lógico, y acaba por contagiar también al público, que, a su vez, condena al calumniador.
F. Díaz-Plaja