Protagonista de la novela de su nombre (v.) de Daniel De Foe (1660-1731), Roxana sólo superficialmente puede emparentarse con los innumerables personajes-pretexto que tanto abundan en la literatura novelesca del siglo XVIII europeo.
En la historia de esta cortesana, narrada en primera persona por una voz impasible aunque secretamente agobiada por un humano sufrimiento plebeyo, hay una intención de superar el pintoresquismo descriptivo y la pintura de ambientes y de trajes, para crear por encima de todo un carácter. El tono de súplica con que Roxana recuerda los más escabrosos detalles de su aventurera vida, así como su conversión final, caen indudablemente dentro del gusto moralizador que informa tanta literatura de aquella época, pero sólo mínimamente, y siempre de segunda mano, contribuyen a definir la persona moral de la protagonista.
De hecho, ésta se precisa y se afirma con extremado vigor representativo en su independencia humana y fantástica gracias a aquel monótono e implacable relato documental de una lucha cotidiana por la existencia, que sirve de trama a su sumisa y amarga evocación. Nos hallamos ante una persona humana que combate para sobrevivir en medio de una soledad análoga a la que suspende los gestos del cotidiano trabajo de Robinson (v.) en su isla, en una pausa de silencio sobrehumano. La derrota final, súbita y sólo aparentemente mecánica, a pesar de las superestructuras moraliza- doras que adulteran su significado más auténtico, es ya, en su desolación irreparable, algo netamente romántico. G. Bassani