Protagonista del drama letón Indráni (v.) de Rudolfs Blaumanis (1861-1908), es el típico representante del letón de vieja cepa, del hombre de aquella raza fuerte, que había crecido en contacto con la tierra y animada por los ideales de la vida patriarcal.
Indrans observa fielmente aquel orden sano y primitivo, superado ya en su época por la civilización moderna. Como un roble secular fuertemente arraigado en el suelo de la tierra báltica, Indráns se nos manifiesta profundo e indestructible, siempre aferrado a las tradiciones de su nación. Para él la vida tiene valor en cuanto «alegra el corazón». Su símbolo son las sombras frondosas de los árboles que rodean su casa, a los que cuida como si fueran verdaderos seres vivos. Y cuando su hijo, engañado por el árido utilitarismo de la nueva época, atacará con su hacha aquellos árboles, a Indráns se le quebrará el corazón.
En vano espera del joven un gesto de arrepentimiento: aquel hijo a quien en otro tiempo llevaba sobre los hombros como algo suyo, ahora se ha alejado de él y no quiere reconocer su culpa. El anciano podría todavía perdonar: «Por ti, vieja, apretaré los dientes e intentaré ser indulgente…», dice a su mujer. Pero el hijo se revela de la misma raza del padre sólo por la dureza y obstinación de su carácter. Y un dolor amargo se acumula en aquel viejo corazón. «Ya no comprendo nada», concluye Indráns con tristeza. Como en El jardín de los cerezos (v.), de Chejovuna vida antigua ha sido cortada por la aparición de la nueva.
Pero Indráns luchará hasta el final: expresión de fuerza terrestre que no puede aceptar la decadencia, rechaza la poesía de la derrota, en la que se complacen los héroes de Chejov, y cae fulminado. Indráns es como una energía primitiva atacada a traición por la modernidad iconoclasta.
M. Rasupe