[Capitaine Hatteras]. Protagonista de la novela El capitán Hatteras (v.) de Jules Verne (1828-1905). Un poco rudo y basto en el dibujo sin matices de su carácter, con aquella evidencia de contornos y aquellos rasgos sumarios que suelen caracterizar a las estampas populares, el capitán Hatteras camina intrépido y tenaz por el desierto de hielo y su voz rompe apenas de vez en cuando el silencio polar con la palabra que parecía mágica a todo el siglo XIX que, como él, se encaminaba hacia fabulosas aventuras humanas, viajes y descubrimientos, conquistas e invenciones: «¡¡Excelsior!!» Aventuras sublimes de grandeza si las sostenía la cándida fe de un mundo dispuesto a renovar sus propias fábulas y sus propias ilusiones: ellas exaltaron a aquel alocado siglo, del cual el capitán Hatteras es una figura menor pero típica, convencional y conmovedora como es siempre la realidad simplificada en idealizaciones sin claroscuros.
Pero la aventura de Hatteras es más patética que su persona. Rígido en medio de la blancura infinita en la que avanza incansable («…¡adelante, más adelante…! ¡Una tierra prometida nos aguarda al Norte, amigos, la salvación está en el Norte!»), Hatteras no es un hombre sino un autómata de hielo a quien sólo puede derretir, destruyéndolo a la vez, el fuego de la locura. Reducido a la más triste situación humana, la demencia, su victoria como explorador se confunde con su derrota como hombre, que al final se ha revelado más pequeño y más débil que sus sueños y que su voluntad. Hatteras, en efecto, no vive una vida humana; las proporciones de su existencia no se adaptan a la condición cotidiana de los demás hombres, sino que se miden con las estrellas.
Cuando sale «en las noches puras y tranquilas» del desierto de hielo para calcular, a solas con sus instrumentos, la distancia a que se hallan los astros, Hatteras no vive en la región de los hombres, sino en aquella región primordial de los elementos en su propia soledad; y mientras fatigosamente sube entre arroyos de lava y piedras ardientes y cenizas hacia la cumbre del volcán en cuyo cráter debe hallarse, exactamente, «el Polo», Hatteras «se siente crecer juntamente con la misma montaña». Tal vez la locura en que, en el momento de su victoria, se quiebra el frío poder de Hatteras sea un símbolo; pero lo que nos queda de él es una imagen fantástica por la pasión que fue capaz de llevarle más allá de sí mismo y aún más allá de los límites del hombre.
Al extinguirse en su locura, el capitán Hatteras se calla; su respuesta consiste en el silencio, en aquella amarga nada que puede llegar a transformar su historia, originariamente sentida historia para jóvenes, en motivo de meditación para cuantos sin luchar se doblegan tristemente ante las adversidades de la suerte: Hatteras por lo menos ha llegado a medir la altura de las estrellas.
G. Veronesi