Hathor

Según indica literalmente su nombre, esta diosa egipcia fue originaria­mente nada menos que la personificación de la sede celeste del dios-sol Horus (v.), el halcón divino, pero fue breve, si no obvio, su paso a diosa madre de éste y, como tal, acabó siendo asimilada a Isis (v.).

Tam­bién fue tenida por hija del dios Rie (v.), su «Ojo» divino. En el Mito de la destruc­ción de los hombres, que podemos leer en las paredes de las tumbas de Sethosis I (dinastía XIX, 1315-1301 a. de C.) y de Ramsés III (dinastía XX, 1209-1178 a. de C.), Hathor baja a la tierra como encarna­ción del Ojo de Rie, para castigar a los hombres rebelados contra la autoridad de aquel dios, a la sazón ya decrépito.

Un mes del antiguo calendario egipcio llevaba el nombre de Hathor. En los textos literarios del Imperio nuevo, un grupo de siete Ha­thor rodeaba a los recién nacidos y pre­decía sus destinos: así se narra en el re­lato titulado El príncipe predestinado (v.). El arte la representó en figura de vaca, con el disco solar entre los cuernos, o bien como una mujer con cuernos en la cabeza y el disco solar entre ellos. Es famosa la estatua de la vaca Hathor hallada en Der el-bahri, auténtica obra maestra de la es­cultura egipcia, actualmente conservada en el museo de El Cairo.

Según otras repre­sentaciones iconográficas, el rostro feme­nino de la diosa se completaba con grandes orejas de vaca, mientras sobre su cabeza se erguía el característico sistro en forma de nave. Se rendía especialmente culto a Hathor en la ciudad de Dendera (Alto Egip­to) donde se veneraban también sus dos hijos Jhi y Harzemtowe. Expresión de una entidad cósmica, relacionada con el mito solar, Hathor gozó de una gran difusión, ya que no de una auténtica popularidad. En la época decadente, algunos de sus aspectos dieron motivo para considerarla diosa del amor y de la música; de ahí su identifica­ción con la griega Afrodita.

E. Scamuzzi