(O, según algunos manuscritos, De Amieri). Es la figura de una leyenda popular florentina del Renacimiento, que nos ha llegado en un breve poema titulado con su nombre (v.), de Agostino Velletti, que Alessandro d’Ancona volvió a publicar en forma de opúsculo en 1868.
Ulteriormente las refundiciones y vulgarizaciones de su leyenda han sido muy numerosas: entre ellas figuran una destinada al teatro florentino de Stenterello y otra para el cine. Según la crónica fabulosa, Ginevra, aunque amada por Antonio Rondinelli y enamorada a su vez de él, tuvo que contraer matrimonio con Francesco Agolanti, hombre noble, pero soberbio y avaro, ya que en el siglo XIV la ley daba a los padres un derecho supremo sobre sus hijos, y que una rivalidad de sangre entre las familias Amieri y Rondinelli impedía sus bodas con Antonio. Obligada a mantenerse fiel, Ginevra dio pruebas de la mayor obediencia: cuando, hacia 1400, se desencadenó en Florencia la peste, la joven fue llevada a una quinta campestre de la que no volvió hasta que, terminada la epidemia, pudo considerarse segura en la ciudad.
Enfermó, sin embargo, y era tal el terror que inspiraba el morbo que a los pocos días se la dio por muerta y se la enterró. Tras desesperados esfuerzos, logró salir de su tumba y empezó entonces a ir a la casa de su marido, a la de sus padres y a la de un tío suyo, todos los cuales la rechazaron como a un fantasma errante, sin prometerle otra cosa que sus oraciones. Sólo Antonio no quiso saber si era un espectro o una persona viviente, y, al momento se reunió con ella, dispuesto a seguirla aunque fuera al otro mundo. A consecuencia del triple rechazo, Ginevra se sintió muerta dos veces y desligada de todos sus antiguos vínculos.
Y por otra parte, ¿acaso su esposo no le había quitado del dedo la alianza y no había vendido luego todas sus joyas y vestiduras? En virtud de una divina inspiración, favorecida por devota plegaria, los labios del obispo pronunciaron las palabras del fallo decisivo: Ginevra debía considerarse verdaderamente muerta y en su lugar había surgido una mujer nueva, María, a quien estaba permitido desposarse con el puro y leal Antonio. Ginevra de Amieri es, casi con toda seguridad, una creación de la fantasía popular cuyo éxito es fácil imaginar en una época que veía alejarse los eruditos ejercicios del «dolce stil novo» (v. Stil Novo); porque lo que la literatura erudita creó, lo continúa, desarrolla y vuelve a soñar indefinidamente el pueblo.
De ensueño es, en efecto, la palidez de Ginevra, y la encantada y luminosa inmensidad de sus ojos, y su poético olor de santidad, y el profundo silencio que la rodea. Murió o pareció morir en un momento en que el viento de la pestilencia había amainado; importante detalle que contribuye a desligar los lazos que podían atarla y comprometerla con su realismo demasiado crudo, facilitando en cambio sus ademanes exangües y su andar de sonámbula encantadora en el clima de la más alta poesía que concebirse pueda, o sea en el ensueño creador de un pueblo enamorado.
R. Franchi