[Philémon et Baucis]. Personajes de la mitología griega cuya historia se narra en uno de los episodios más vivos de color de las Metamorfosis (v., XIII, 610-724) de Ovidio.
En él el poeta romano parece haber puesto toda la gracia y la precisión de los pintores flamencos, cuyos «interiores» rurales están llenos de figuras adustas y rugosas de campesinos y viejas. Filemón y Baucis constituyen un matrimonio ideal, que si bien nunca ha conocido una vida desahogada, ignora asimismo las divergencias y ha vivido en perfecta armonía desde sus años mozos hasta la ancianidad. Con la generosa presteza de los pobres, y viendo en ello no una molestia, sino un honor, acogen a dos desconocidos, que para penetrar en su cabaña tienen que agacharse bajo la humilde puerta.
Baucis, como ama de casa, es quien se muestra más activa en agasajar a los huéspedes, ayudada por el solícito Filemón; les ofrece asiento en los toscos escaños y luego se afana junto al fuego soplando fatigosamente sobre las brasas para avivar la llama, en tanto su esposo descuelga de las ennegrecidas vigas del techo un pedazo de cerdo ahumado; y así se prepara la humilde cena compuesta, además, de legumbres, fruta y huevos. Los dos desconocidos son Júpiter y Mercurio, que visitan Frigia y a quienes bajo su aspecto humano nadie ha querido acoger. Durante cierto tiempo, Júpiter mantiene el incógnito, y luego empieza a dar pruebas de su divino poder: el vino escanciado en los vasos continúa manando a medida que se necesita.
Ante el milagro, los dos ancianos, conscientes de la presencia de un dios, se quedan pasmados, piden excusas por la pobre cena y, llenos de escrúpulos, quisieran sacrificar a su único ganso, que les servía también como perro guardián de su huertecillo; perseguido, el animal escapa y se refugia entre las piernas de los dioses, que desean que siga viviendo y manifiestan también su deseo de premiar a los dos ancianos y castigar severamente a todos los demás inhospitalarios habitantes de aquella comarca. Hacen salir a los ancianos de su choza y juntos suben fatigosamente hasta una colina que domina la llanura y desde donde se percibe apenas la humilde cabaña. Al volverse, Filemón y Baucis ven el llano convertido en una laguna y su casita transformada en un magnífico templo.
Júpiter inquiere sus deseos y ellos exponen el de ser los custodios del templo, y, especialmente, la gracia de poder seguir viviendo juntos los últimos años de su vida y de poder morir también juntamente. Júpiter accede a ello; cuando, a su debido tiempo, llegan al final de la vida, he aquí que mientras, sentados en las gradas del templo, están hablando todavía del milagro acontecido, ambos a la vez se sienten transformados en árboles, encina el uno y tilo la otra, que crecen muy próximos y entrelazan sus ramas para dar sombra al bello templo que anteriormente había sido su humilde choza.
No hay, en toda la antigüedad pagana, un idilio conyugal descrito con más delicadeza artística que éste. Todo en él es exquisito y está lleno de gracia y de sentimiento. Diríase que en este episodio del viaje de Júpiter y Mercurio a la tierra empieza ya a asomar el sonriente donaire de ciertos relatos medievales que hablan de las andanzas de Cristo por este mundo, acompañado de San Pedro (v.), que pasa entre los hombres para castigar a los malvados y premiar a los buenos, humildes y generosos.
A. S. Nulli