Gran poeta trágico aparece como personaje en tres comedias de Aristófanes (450-385 a. de C. aproximadamente): Los Acarnenses (v.), Las Tesmoforiazusas (v.) y Las ranas (v.). En todas ellas el autor presenta a Eurípides frente a sus tragedias para ridiculizarlas y criticarlas a través de grotescas situaciones, parodias escenográficas y estilísticas e incluso una verdadera crítica literaria.
Nace de ello una representación realista, fundamentada en su personalidad histórica, siquiera a veces aparezca en escenas cómicas convencionales (por ejemplo, el papel de barbero que Eurípides representa en Las Tesmoforiazusas). La actitud de Eurípides en las tres comedias es la propia de un pedante y un sofista, pero su actuación va haciéndose más compleja y definida a medida que la capacidad cómica y literaria de Aristófanes adquiere mayor madurez, desde Los Acarnenses (427) a Las Tesmoforiazusas (412) y Las ranas (404).
En Los Acarnenses Eurípides es presentado como poeta que construye sus motivos líricos con una mentalidad poco consistente (aludiendo con ello a sus coros y monodias, a menudo faltos de estructura sólida y apoyados en temas demasiado inconsistentes o francamente triviales), y también como trapero, con lo que se ridiculiza su técnica dramática, que lleva a escena a héroes suplicantes sin dignidad, a menudo desgraciados y vestidos miserablemente (alusión a la idea pesimista y más realista que del mundo tiene Eurípides, quien presenta como hombres cualesquiera, sacudidos por las tristes vicisitudes de la vida, a los grandes héroes que Esquilo tratara como semidioses).
En Las Tesmoforiazusas los motivos del personaje Eurípides son más numerosos; el principal de ellos es el que da argumento a la comedia: la misoginia euripidiana, motivo cómico tradicional que llega hasta la comedia nueva y que debe interpretarse no sólo como befa por sus infortunios conyugales, sino también como burlesca exageración de algún acontecimiento de la vida privada del poeta.
No obstante, esta parte de la obra va especialmente dirigida a criticar con amplitud y precisión las ideas y el estilo de Eurípides; en ella se escarnece su concepción filosófica según la cual, el éter, es el principio de todas las cosas; se repiten escenas euripidianas presentadas como situaciones grotescas; se ridiculizan los distintos recursos dramáticos con que resolvía las situaciones más embrolladas y difíciles (como, por ejemplo, el de escribir un mensaje sobre un pedazo de madera y confiarlo a las olas del mar); y se parodia su estilo patético, exclamativo, abundante en figuras retóricas e invocaciones a los dioses y, a menudo, afectado y frío.
Por todo ello, puede afirmarse que aun cuando la intervención directa de Eurípides se reduzca a algunas escenas sainetescas, la comedia es, del principio al final, una parodia del gran trágico. En Las ranas, Eurípides, opuesto a Esquilo en un certamen literario, está presentado de un modo más científico; como en la comedia precedente, hay también aquí parodias de fondo y forma, pero las más desarrolladas son, en particular, las estilísticas: las expresiones del personaje Eurípides están tomadas con extraordinaria sensibilidad de modelos euripidianos, en tanto la monodia puesta burlescamente en boca de Esquilo según el estilo de aquél reúne en una finísima y cómica parodia los elementos métricos y estilísticos de Eurípides.
Sin embargo, éste, como Esquilo, desempeña en Las ranas el papel de crítico literario, con lo cual pierde su vivacidad dramática y todo el valor cómico pasa a la extraordinaria parodia estilística que ambos poetas hacen recíprocamente de su obra. En Aristófanes, el valor del personaje Eurípides no reside, pues, en los motivos convencionales propios del género cómico — su misoginia, su origen plebeyo o sus sofismas—, sino en el hecho de que, a través de Eurípides, el autor ha llevado a escena, ridiculizándola, su propia tragedia.
P. Pucci