[Maler Nolten]. Protagonista de la obra de este nombre (v.), de Eduard Mórike (1804-1875), el pintor Nolten es uno de los numerosos hijos espirituales de Guillermo Meister (v.), individuos destinados por la familia y las circunstancias a la actividad de carácter práctico, y atraídos, en cambio, irresistiblemente por él arte.
La vida de Teobaldo Nolten se desarrolla felizmente en la casa parroquial de Wolfsbühl, una de aquellas idílicas parroquias rurales que evocan El vicario de Wakefield (v.); únicamente el encuentro con una gitana misteriosa y fatal, que luego influirá en toda su existencia, supone una primera nube. Al morir su padre, Teobaldo interrumpe los estudios teológicos y clásicos, que hasta entonces había seguido de mala gana, y se dedica por entero a su arte predilecto. Sin embargo, más que la ejecución le seduce la creación, e incluso en Italia, en Roma, adonde le lleva su pasión artística, se ocupa de proyectos y bocetos más que de perfeccionar su arte.
Vuelto a alemania, y sin lograr abrirse camino, se halla a punto de sucumbir, cuando ve, en una exposición, dos telas firmadas por un célebre pintor — ensalzadas por la crítica y admiradas por el público — las cuales no son más que la sabia reconstrucción de dos esbozos suyos que le habían sido robados. Aquél, una vez entablado conocimiento con el joven colega ignorado, le sitúa en el buen camino, y, tras haberle introducido en la alta sociedad, le convierte en un artista famoso y rico. Aventurera cual su existencia artística es su vida pasional, repartida entre su amor por una humilde muchacha, Inés, y el que siente por una bellísima condesa, ardiente y apasionada, que le inicia en las alegrías y fiestas del gran mundo.
Obligado a renunciar a esta última, y enloquecida Inés, Nolten, alucinado a su vez, sigue a la gitana hechicera y muere, cerrando de esta suerte su vida de débil soñador, de hombre que «sabía abrir a la contemplación los encantados jardines primaverales de la fantasía», pero que estaba abocado a la ruina por su incapacidad para luchar con la mala fortuna y para vencer a los demonios que se agitaban en su pecho.
B. Allason