El Gato con Botas

El primero que supo recoger de la fábula popular o culta el motivo del animal que enriquece y hace feliz a su dueño fue G. F. Straparola, en sus Noches agradables (v.); no se trata aquí todavía de un gato, sino de una gata.

Aparece también ésta en el Cuento de cuen­tos (v.), de G. B. Basile. Hasta Ch. Perrault (1697), en El gato con botas (v.) de las Historias y relatos de antaño (v.), no se perfila con precisión la figura de un gato, la cual recibe el atributo de las flamantes botas que la ennoblecen y la convierten casi en la de un mago. En una versión po­pular recogida por G. Pitré (Narraciones populares toseanas, n. XII), el gato aparece substituido por una zorra. Sin embargo, en todas las variantes, comprendida asimismo la satírica de L. Tieck (v. El gato con bo­tas), el rasgo saliente reside, esencialmente, en el animal que, con su ingenio, libra de la miseria a su señor y le hace poderoso.

A veces, el gato se muestra algo moralista, y enseña a su dueño (llámese éste Cons­tantino o Cagliuso, o bien adopte el título de marqués de Carabás o vuelva al simple nombre de Gottlieb) a no desesperarse y a no maldecir su suerte; en algunas oca­siones, no obstante, y singularmente en los relatos más jocosos, cual en el de Tieck, en el que aparece designado con el nombre típico del gato de la epopeya animal de Hinz, se muestra lleno de vigor, ayuda a Hanswurst y nunca se olvida de sí mismo, o sea de su propio bienestar. Situada entre las versiones italianas y la alemana, que representan los extremos de una oscila­ción, hállase la francesa, que ocupa, ya por el tono, ya por la trama, un término medio; a ella, es decir, a Perrault (y posterior­mente a las ilustraciones de Doré), se debe la circunstancia de que el Gato aparezca, en la mente de todos, audaz, seguro de sí mismo, tranquilo y pronto a remediar cual­quier situación.

No piensa, como el de Basile, en poner a prueba la gratitud de su señor con un hábil ardid, ni, como el de Straparola, en hallar libre el acceso al cas­tillo gracias a la inesperada muerte de su propietario. Entre el Gato y su ingenuo señor se ha establecido una amistad inque­brantable, y la conquista de la riqueza se halla vinculada a una prueba de astucia mediante la cual el Gato consigue vencer fácilmente al ogro, quien se deja transfor­mar en ratón. Esta versión era tan justa que Tieck no hizo en ella ninguna modi­ficación esencial, si exceptuamos algún de­talle de gusto particular, ni quiso retocar sus contornos en la continuación de la sátira titulada El príncipe Zerbino (v.).

En el relato de Grimm, inspirado en una fá­bula noruega, el gato — o mejor, la gata—, que llega, con la astucia, hasta el umbral del castillo conquistado, obliga a su señor a que le corte la cabeza, con lo cual ad­quiere figura humana — femenina, como es natural- y traslada de un solo golpe todo el argumento al acostumbrado plano de las aventuras amorosas; ello hace que tal ver­sión deba ser considerada ajena a la tra­dición o, por lo menos, situada al margen de ésta, que nos representa en el Gato a una de las figuras más ingeniosas y vivaces de animales que hablan y actúan. Afín, o, más bien, descendiente directo y manifiesto de él, es el Gato Murr (v., y v. Considera­ciones del gato Murr), de E. T. A. Hoffmann.

R. Paoli