Entre los personajes secundarios del Quijote (v.) de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), el Cura representa más bien una forma mental que un estado de ánimo. «Hombre docto, licenciado en Sigüenza», dice Cervantes entre serio e irónico; y, por cuanto en él se encarnan el saber y el sentido común, lo eleva, naturalmente, por encima de los contrastes barrocos en que se debaten los demás personajes.
Pero el Cura no se salva de la ironía cervantina tanto por ser la personificación de la serenidad y la sensatez como por encarnar la conciencia crítica de Cervantes y la rígida razón frente a los «descuidos» de los libros de caballería. Él es, en efecto, quien procede al famoso escrutinio y consiguiente auto de fe en la biblioteca de don Quijote (v.), en los que, Aristóteles en mano, se presenta como campeón de la estética clásica y de la ética formulada por el Concilio de Trento.
Es, por lo tanto, el mismo Cervantes quien habla como crítico literario por boca del Cura. No obstante, algunos juicios son más propios de éste que de Cervantes: y así se salvan del destrozo de los libros de caballería el Amadís (v.) y el Tirante el Blanco (v.), puesto que en ellos los caballeros «comen y duermen en sus camas». Las preferencias del Cura, por lo tanto, se dirigen hacia todos aquellos libros en que la fantasía se fundamenta en la realidad y la historia. El aspecto humano del personaje es, empero, superior al intelectual.
Para hacer entrar en razón a don Quijote el Cura no vacila en seguirle por todas partes; cuando es necesario, inventa historias fantásticas; aun con aparente falta de seriedad, nada desecha de cuanto pueda hacerle alcanzar su objeto. Todas las medidas que tome estarán inspiradas en la lógica y la caridad, tanto si se refieren al cuerpo atormentado del amigo como a su alma, a fin de que ésta pueda presentarse ante el Creador con sus propios méritos y consciente de sí misma, libre del aparato de las fantasías caballerescas.
Puede muy bien decirse que el día más feliz para el Cura de aquel lugar de cuyo nombre Cervantes no quiso acordarse es el de la renuncia de don Quijote a continuar siéndolo, para volver nuevamente a ser el antiguo Alonso Quijano «el Bueno». En este apelativo se concreta toda su vanagloria de cura de almas, puesto que si bien como hombre pudieron divertirle los propósitos y despropósitos de don Quijote, como sacerdote estuvo siempre atento al deber de acabar cuanto antes con todo aquel desconcierto.
Y, efectivamente, cuando muere don Quijote, o, mejor, don Alonso Quijano, es el Cura quien «obtiene del notario el testimonio legal de que Alonso Quijano “el Bueno”, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado de esta presente vida y muerto naturalmente». ¿Será cierto que el único objeto de esta certificación fue el de impedir a cualquier otro autor que no fuera Cide Hamete Benen- geli la resurrección de don Quijote y la narración de interminables historias acerca de sus hazañas?
F. Díaz-Plaja