[L’abbé Donissan]. Es una de esas inolvidables figuras de sacerdote que campean en la obra narrativa de Georges Bernanos (1888-1948).
A los réprobos que encarnan el Mal como monsieur Ouine (v.), Antoine de Saint-Marin o Cénabre, el escritor contrapone esos otros personajes excepcionales: el párroco de Fenouille, el abate Menou-Segrais y, sobre todo, el «Cura de aldea» (v.) y este abate Donissan, el «santo de Lumbres», que es el protagonista de Sous le soleil de Satan (1926). Esta obra está construida a base de violentos contrastes: el cura de Luzarnes es un hombre mediocre y tibio; Germaine Malorthy, apodada Mouchette (v.), es una pequeña servidora de Satanás; el Diablo (v.) en persona aparece bajo los rasgos de un chalán; el célebre académico Antoine de Saint-Marin, en quien tolo el mundo ha reconocido a Anatole France y que «desde hace medio siglo ejerce la magistratura de la ironía», pertenece a la «raza sin tuétanos y de riñones helados».
Desesperados, inútiles, engullidos por el tedio que devora la parroquia, todos estos personajes gravitan alrededor del abate Donissan. Igual que el Cura de aldea, este sacerdote engaña por su apariencia rústica, casi grosera. Una total carencia de capacidad dialéctica, una cultura menos que mediana y una absoluta falta de gracia en las actitudes, las palabras y los gestos, contribuyen a hacer de él un ser a quien sus superiores apenas toman en consideración. Pero el sabio deán, el anciano y perspicaz abate Menou-Segrais, intuye, a pesar de la diversidad de sus caracteres, el drama que late en el corazón del humilde vicario, y le lleva a través de toda la novela, hasta la muerte que le sorprende fulminantemente en su confesonario.
Nos hallamos ante un experimento sobrenatural; en realidad, «no se reconoce a lo sobrenatural la parte que le es debida». Mouchette y Donissan participan en esta aventura. «Son numerosos los santos, en Bernanos — dice E. Mounier—, y no abundan menos esos humildes místicos de la perdición, que siembran en torno a sí el delito y el odio, sin que sus vidas se manifiesten a quienes les rodean más que por vagas ondas de extrañeza». En realidad, existe una vocación para el mal, igual que para el bien, aunque Bernanos haya acentuado siempre más la tentación que el éxtasis. El abate Donissan confiesa haber vivido «menos en la esperanza de la gloria que un día alcanzaremos, que en la añoranza de lo que hemos perdido».
Y el universo se halla en poder de Satanás: «Príncipe del mundo: ésta es la palabra decisiva; es el Príncipe del mundo, lo tiene en sus manos, es su rey». Ya sea como vicario del abate Menou-Segrais, ya como humilde vicepárroco de Lumbres — el «Santo de Lumbres» hacia el cual, como en tiempo del párroco de Ars, se dirigen los penitentes en multitud para recibir su absolución—, Donissan no cesa de sufrir la peor y más terrible de las tentaciones, la de la desesperación; verdaderamente vive «bajo el sol de Satanás», ya que nunca sabe si su conciencia le habla en nombre de Dios o en nombre del Ángel Caído.
El pecado le rodea asediándole hasta el fin con la conciencia de su impotencia… Esta vida en apariencia insignificante oculta, pues, el drama esencial, el drama del hombre en lucha con la Gracia: y se trata de un hombre que, como escribía Bernanos en agosto de 1926, «sufre la más absoluta miseria interior». En algunos momentos, sin embargo, el «Santo de Lumbres» conoce la alegría, «no aquella furtiva e inestable… sino otra más segura… semejante a otra vida en la vida». Ello se debe a que se acerca al supremo misterio: la unión de la criatura de carne y de sangre con el ser divino que da a la vida su sentido. «Una civilización — dice Roger Nimier — exige una sociedad y una cultura».
Nuestros padres «nos han transmitido la cultura, pero la sociedad ya no existe… La nada se ha puesto de moda». Dejemos a Antoine de Saint- Marin el cuidado de consagrar una gloria caduca al culto de la nada. Bernanos se mueve deliberadamente contra corriente. «Una vez dado el primer paso — escribió — ya sé que no me detendré más y que llegaré, cueste lo que cueste, hasta el final de mi misión» (Diario de Georges Bernanos, 6 de septiembre de 1938). Por ello ese novelista de la vida espiritual no renunció a describir con pasión esos seres que, como el abate Donissan, demuestran que «en su más alta tensión la esperanza acaba consumándose».
R. Tavernier