La condición literaria de este personaje es verdaderamente excepcional: aparecido en el falso Quijote (v.) de Avellaneda, como figura secundaria, es luego raptado, en genial golpe de mano, por Cervantes, que le hace aparecer hacia el final de la segunda parte del auténtico Quijote para que preste testimonio ante notario de que los verdaderos don Quijote y Sancho Panza son estos que ha encontrado, volviendo de la derrota barcelonesa, y no los que vio en Zaragoza, según contó el otro autor.
Se trata, pues, de una sublime ironía cervantesca que, entremezclando los planos de realidad, ficción y «ficción en la ficción», llega a aceptar como auténtica una figurita ajena para mejor consolidar las propias. Después, esta audacia cervantina se verá repetida en otra obra de fuerte influjo quijotesco, Joseph Andrews (v. Historia de las aventuras de José Andrews) de Fielding, quien, declarando a su héroe hermano de la Pamela (v.) de Richardson, tiene ocasión de sacar a ésta en otra luz muy diferente de la que la rodeó cuando era heroína sentimental dentro de la obra de su creador.
Pero don Álvaro Tarfe no tiene más que esta personalidad «funcional» de piedra de toque dentro de un mundo literario: pálida sombra en Avellaneda, en manos de Cervantes cumple en forma apresurada y sobria su extrañísima misión.
J. M.a Valverde