Personaje de la novela de su mismo nombre (v.) de Luis Vélez de Guevara (1579-1644). Darle el nombre de Diablo (v.) aunque sea atenuándolo con el atributo de Cojuelo, es quizás excesivo para el héroe de Vélez de Guevara, ya que en el fondo no se trata propiamente de Satanás, sino de un vulgar diablejo vivacísimo, belicoso, pequeño y cojo, como dice su nombre, de torcido cuello y enormes mostachos bajo los cuales brillan dos colmillos descabalados.
Aunque ande con muletas, el Diablo Cojuelo es simpático y viene a ser el equivalente del Puck (v.) de Shakespeare, el enviado de unas potencias extraterrenas a las que a menudo juega malas tretas que le son perdonadas en virtud de su misma gracia. Semejante personaje es muy conocido en la literatura popular y en el folklore español, del cual lo tomó Vélez de Guevara, y muchas de las brujas condenadas por el Santo Oficio por sus prácticas mágicas, confesaron haberle evocado en sus sortilegios, ora con colas de lagarto, ora con círculos trazados en la ceniza.
Otras veces, sin embargo, se solicitaba su cooperación porque se le sabía más a mano que sus superiores. Y él mismo, cuando ruega al estudiante Cleofás que le liberte de la redoma donde le han encerrado a traición sus hermanos, envidiosos de su superior fortuna en toda clase de empresas infernales, reconoce ciertamente ser inferior a Lucifer, a Satanás, a Barrabás, a Belzebú, a Belial y a As- tarot, pero en cambio su diligencia es infinita y se demuestra en todo y por todo: él es — si hemos de creerle — quien ha enseñado a los hombres todo cuanto el mundo contiene de alegre y variado, la maledicencia, el embrollo, la usura, el fraude y la mentira y todos los bailes que se pueden danzar.
Su tarea no conoce descanso. Y a pesar de haberse comprometido con Cleofás a enseñarle los misteriosos secretos de la ciudad y sus habitantes, se aprovecha del sueño del estudiante para correr a Constantinopla donde desencadena una tremolina tremenda en el serrallo del sultán, el cual se ve obligado a mandar cortar la cabeza a sus hermanos. Diabólico, pero a pesar de todo despreocupado y divertido, el Diablo Cojuelo es un optimista. Jamás se enfada por las respuestas y las bromas a menudo punzantes del estudiante español, y explica a éste que su cojera le viene de la famosa caída de los ángeles rebeldes, entre los cuales era el primero: «si la mano de Dios me dañó diablo, los pies de todos aquellos que cayeron sobre mí, me hicieron cojo».
Su lealtad para con Cleofás nunca es desmentida por los hechos, ya que le protege durante todos sus viajes y jamás deja de mostrarse decididamente español cuando se presenta la ocasión de plantar cara a los extranjeros. A menudo por su causa, Cleofás corre peligro de caer en las garras de la mesnada que el rey del Infierno ha lanzado en pos de aquella contrahecha figura, y al fin concluye su aventura en el mismo lugar en que el Diablo fue liberado, aunque con la secreta esperanza de volver a emprender otras, con ayuda de las muletas o sin ellas.
F. Díáz-Plaja