[Deucalion, Pyrrha]. Después del diluvio destructor y después de que el Noto o viento de la tempestad ha dominado los cielos y los ríos han inundado los campos y el mar y la tierra se han convertido en un inmenso océano, sólo dos seres humanos sobreviven por voluntad de los dioses.
Son los más justos entre todos cuantos vivían en la época feroz de los hombres nacidos de la sangre de los gigantes. No hay nadie más «amans aequi» qué él, ni nadie más «me- tuens deorum» que ella. Después de simbolizar en estas breves palabras sus caracteres, que les han valido la salvación, Ovidio, en el primer libro de sus Metamorfosis (v.), inicia el relato de la breve historia de los regeneradores de la Humanidad.
Salvados por milagro en una pobre balsa, llegan a Fócida, tierra elegida por los dioses y las musas, y allí solos, esperan que vaya menguando la inmensa extensión de las aguas hasta que la tierra aparezca de nuevo a sus ojos. Ojos que se quedan aterrorizados al darse cuenta de que en las colinas y llanuras que poco a poco van reapareciendo no ha quedado nada: el mar lo ha arrastrado todo.
En las palabras que Deucalión dirige a su compañera, desesperado ante tanta soledad, late la ternura, y para uno y otra es un gran consuelo, aunque el único, el sentir la proximidad de su consorte. ¡Ah, si ella hubiese también perecido en las aguas, él a su vez se hubiera arrojado a éstas! Pero ahora, ¿cómo restituir al mundo un poco de vida? Y Deucalión deplora no conocer el arte de su padre Prometeo (v.), que sabía insuflar al barro el aliento vital. Lo único que les cabe hacer es orar e implorar el socorro de los dioses.
Temis, la Justicia, es la diosa que conserva todavía un templo, aunque cubierto de musgo y con el fuego apagado; es la única diosa a la cual pueden dirigirse. Y Temis responde: «Arrojad a vuestras espaldas los huesos de la Gran Madre y tendréis ayuda».
Pirra, buena, humilde y temerosa, siente dentro de sí un instinto de rebelión contra aquella respuesta que profana los huesos, para ella sagrados, de su madre, y, como buena hija de Epimeteo, se siente dispuesta a no aceptar. Pero Deucalión, que frente y por encima de la mujer, representa al sexo capaz de pensamientos profundos, interpreta el mensaje divino tal como éste debe ser interpretado. Arrojarán, pues, tras sí piedras, que son los huesos de la gran madre Tierra.
Y de estas piedras que apenas lanzadas van perdiendo su dureza y modelándose en forma humana, nacerán los nuevos hombres, varones las que salen de las manos de Deucalión; mujeres, las arrojadas por Pirra. Y así, concluye Ovidio, en una especie de moraleja: los hombres somos duros para las fatigas y a menudo nuestras obras revelan su verdadero origen.
M. Manfredi