Cowperwood

Protagonista de las dos novelas El financiero (v.) y El titán (v.) del escritor americano Theodore Dreiser (1871-1945). Algunos críticos formados en módulos interpretativos humanísticos han querido presentarle como un Tamerlán (v.) americano: es, más bien, un Tamerlán «a la americana».

Su carrera se parece a la del rapaz conquistador tradicional creado por la fantasía moral y dramática de los humanistas europeos; pero esta figura es un signo formal puramente abstracto en un mundo — el de Dreiser y América — que por su estructura interna no está más cercano al mundo moral y dramático del humanismo europeo de lo que pueda estarlo la civilización azteca.

Los padres de Frank Cowperwood son honrados burgueses; su hijo, muchacho agradable, inteligente y enérgico, nace poco antes de la guerra civil; crecido al par de las nuevas ciudades americanas, se convierte en un «titán» de las finanzas, de gran riqueza y poder, en un gran «artista» de la ciencia monetaria, que, con la impavidez de un animal de presa, se desembaraza de rivales y amigos, atropella esposas y amantes y se convierte en señor de una selva social. Es el ante­cesor del tipo que los modernos periodistas y demagogos describen como el del astuto, corrompido, ávido y misterioso millonario de Wall Street, que influye incluso en la Casa Blanca.

En realidad, Cowperwood do­mina sobre todo lo que puede comprarse con dinero. Carece, no obstante, de toda astucia. Dice el autor que es financiero «por instinto»: las operaciones financieras «le son tan familiares como lo sean para un poeta las emociones y sutilezas de la vida». Este instinto — al igual que la acti­tud mecánica de Charley Anderson en U.S.A. (v.) de Dos Passos — no puede dis­tinguirse de un reflejo fisiológico del que es víctima. No es capaz de corrupción, por cuanto su espíritu desconoce la posibilidad de la moral.

Sus actos, aparentemente co­rrompidos, carecen de sustancia o consis­tencia morales: son, sencillamente, actos, más allá del bien y del mal. Considera meramente como problemas tácticos, sin contenido moral ni sujeción a juicios éticos, las situaciones que se presentan bajo un aspecto de casos de conciencia; cuando un tribunal le condena por apropiación in­debida de fondos públicos, no le ofende tanto la injusticia de la decisión como su despropósito.

Sólo aparece como «misterio­so» considerado a la luz de las imperti­nentes analogías morales y dramáticas que sus actos provocan en una imaginación tradicional. Sus primeras preguntas sobre el significado de la existencia encuentran respuesta en la visión de una langosta que devora un calamar sumergido en el agua de la misma tina: «la vida era un oscuro e insoluble misterio; fuera lo que fuese, sus dos componentes eran la fuerza y la debilidad. Aquélla venció… ésta perdió».

Sin embargo, esta idea de canibalismo uni­versal no levanta en él ningún temor de poder ser uno de los débiles, ni tampoco decisión alguna a ser uno de los fuertes; no hace más que confirmar su delirante certeza de haber sido escogido: «no había manera de… que pudiera sustraerse a la grandeza que le era connatural». Por este motivo su habilidad financiera administra las necesidades de las potencias cósmicas que en él se hallan encarnadas; es el espectador pasivo del drama que se represen­ta en su interior y, por su mediación, en la sociedad.

La edad no consigue manchar la inmaculada inocencia moral de su «lim­pia y resplandeciente juventud», ni la fuer­za alcanza a corromper la virginidad de su alma. Con la acumulación de bienes mate­riales— casas, muebles, objetos de arte y mujeres — trata de demostrarse a sí mismo que su vida es real, que él lo es también, y que, además, ha triunfado; no obstante, permanece como espectador impotente de su propia demostración, separado de cual­quier realidad tangible que su vida pudiera experimentar, a través del espíritu y los sentidos, por un inmenso espacio interestelar que lo hiciera, cual un remoto planeta, totalmente visible (v. Ester Prynne).

Se dice que la figura de Cowperwood fue inspirada por la del financiero americano Charles T. Yerkes; el hecho de que el autor haya dado a su protagonista simbólico la profesión tradicional de los judíos errantes y los nómadas metafísicos es algo más que una mera coincidencia accidental.

S. Geist