[Docteur Cottard]. Personaje de En busca del tiempo perdido (v.) de Marcel Proust (1871-1922). Se trata de un médico de excepcional seguridad en el diagnóstico, lo cual le vale un rápido encumbramiento en el mundo de sus colegas.
Como hombre sociable es uno de los más antiguos concurrentes a las tertulias de los Verdurin (v.), donde nunca brilló por un exceso de inteligencia ni de prontitud, aun cuando se contaba con él a causa de su paciente opacidad que le convertía en un fiel asiduo a prueba de bomba, y especialmente por cuanto, siempre acompañado de su mujer («omnia mea mecum porto»), podía fácilmente suponerse que no dejaba nostalgia alguna a la puerta, de sus huéspedes.
La señora Verdurin (v.) le tiraniza hasta el punto de obstaculizar incluso sus visitas a los enfermos. Al ser preguntado, nunca sabe cómo debe responder, ni, a menudo, si su interlocutor se chancea o bien habla seriamente, por lo que en su rostro se halla siempre dispuesta una sonrisa en parte de condescendiente simpatía, o de comprensión, o bien de expectación benévola. Apoya su conversación en una serie de juegos de palabras y modismos de los que no siempre sabe servirse adecuadamente, introduciéndolos, en cambio, otras veces en intervenciones detonantes.
Casi podría jurarse que su éxito profesional y como profesor débese también, en parte, a sus características de aspecto y voz, por cuanto la distancia con respecto a clientes y alumnos es garantía de la sugestión y sujeción de los demás. Dicen los clientes: «Creednos: cuando recibe en su gabinete, los demás a plena luz y él en la sombra, con sus ojos que os atraviesan, no es el de siempre». Se trata de un personaje esencialmente estático y, en ciertos aspectos, hasta caricaturesco. Como muestra de respeto y consideración hacia Carlos Swann (v.), contertulio en las reuniones de los Verdurin y aficionado al arte, le ofrece una invitación para una exposición de odontología, advirtiéndole con gravedad que tenga presente, sin embargo, que en ella no se permite la entrada a los perros.
Su sencillez espiritual se pone de manifiesto en algunos rasgos infantiles con los cuales expresa su gran sensibilidad ante alegrías elementales; por ejemplo, ciertos movimientos de hombros acompañados de un satisfecho frotarse las manos en los momentos afortunados del juego de los naipes; al aumentar su dignidad, cesa este último ademán y permanece solamente el de los hombros. Muere durante la primera guerra europea, siendo coronel médico y en la cima de una meritoria carrera de científico. Los periódicos dicen que ha muerto ante el enemigo, pero lo cierto es que el vigor de Cottard sólo ha cedido frente a la fatiga de la edad.
R. Franchi