Personaje del Baldo (v.) de Merlin Cocai (Teofilo Folengo, 1491-1544), que a través de las distintas transformaciones de la obra, desde su redacción de 1517 hasta la póstuma de 1552, mantiene sus rasgos característicos de vivacidad y ligereza.
Podría incluso decirse que, precisamente en virtud de su temperamento mudable, es el personaje que logra una mejor concreción artística en la estructura del poema, cuya elaboración es en ciertos aspectos tan desigual. Juntamente con Fracasso (v.), Cingar es el mejor compañero de Baldo (v.) en las distintas aventuras que éste emprende: estafador y bribón, ladrón y mentiroso, siempre dispuesto a engañar a alguien y pronto a obrar sea como sea, constituye el verdadero tipo del gitano («zíngaro» en italiano) como su mismo nombre indica.
De pequeña estatura, con la cabeza rapada, dotado de animada palabra y de ingenio rápido, sólo vive para la burla, aun en los momentos más difíciles de su vida o de la de sus compañeros de marrullerías. Las más singulares jugarretas, desde la de la vaca de Zambello hasta la de las ovejas, y las más divertidas bufonadas que es capaz de hacer incluso en el infierno, con el retorcimiento de su nariz, la partición del fez y la confesión de sus pecados, denotan en su carácter las huellas literarias de la antigua novelística y de los relatos caballerescos de tono popular: descendiente del Margutte de Pulci (pero no sin cierto parentesco con el Brunello, v., de Boyardo) da pie a las más amenas y divertidas narraciones; diríase que su vida es una serie de cuentos y de rasgos de ingenio; para tanta movilidad de acción no le hace falta ni siquiera la coherencia psicológica, ya que sus mañas se adaptan a todas las situaciones narrativas.
Ni aun cuando hace alarde de su ciencia astrológica sin dejar por ello de mostrar su tremendo miedo durante una tempestad, la curiosa incongruencia de su carácter no perturba la armonía del relato, por cuanto en su persona se anudan una serie de tramas distintas. Así el poema mantiene su continuidad, primero amablemente rural y luego paródico y novelesco. No hay que buscar demasiado las contradicciones en su modo de obrar, ni hacer demasiado caso de las violencias, homicidios, temores y aun vilezas en que incurre: sólo así se comprenderá el Panurgo (v.) de Rabelais, no ya únicamente por el episodio de los dos carneros, sino también por el de la tempestad.
Puede decirse que es el auténtico protagonista del Baldo, ya que en esta obra, que hay que considerar como el máximo exponente de la literatura macarrónica, un personaje como Cingar está hecho adrede para hacer resonar su alegre y burlona carcajada entre aventura y aventura, desde los caseríos de Cipada hasta la calabaza infernal. Cingar es así, con la variedad imponderable de sus gestos y de sus frases, la más brillante de las criaturas de Folengo.
C. Cordié