[Catherine Morland]. Protagonista de la novela La abadía de Northanger (v.) de Jane Austen (1775- 1817), Catalina Morland es el tipo de la muchacha sencilla, de buena familia burguesa, aunque no rica ni de educación superior a lo normal. No es bella ni fea; tampoco brillante ni con grandes dotes naturales.
Se ha ido formando entre la pequeña sociedad provinciana de un pueblo del sur de Inglaterra, y su gran aventura consiste en una estancia de algunas semanas en la elegante estación termal de Bath, lugar de reunión de la más alta sociedad. Allí encuentra Catalina no sólo una nueva vida más animada y llena de diversiones, sino una iniciación en la literatura sensacional que es, en cierta manera, el otro aspecto del siglo XVIII: las llamadas «novelas negras», tenebrosas historias de delitos y torturas que proporcionaban una evasión hacia lo fantástico y turbio a una sociedad a la que la vida aparecía tranquila y cortés.
La provincianita, influida por todo lo nuevo que la rodea, es fácil presa para este tipo de literatura, bajo cuya sugestión cree descubrir misterios y macabros secretos en las personas y situaciones más normales e inocentes. A pesar de ello, guiada por un innato sentido de la proporción, no cae nunca en el ridículo; su gracia hace perdonable su ingenuidad, y su natural inocencia no sólo justifica, sino aun compensa los efectos de una imaginación demasiado presta a ceder a los estímulos románticos.
La aventura de Catalina, toda ella repleta de fantasía, adquiere hacia el final cierto estremecimiento «exquisito» y acaba en un matrimonio tan ventajoso como burgués con un joven eclesiástico, conclusión digna del sólido buen sentido y de la no menos íntegra moralidad de la protagonista que le han permitido, a pesar de la obcecación a que parecía abocarla su nueva pasión por el misterio, mantener siempre se-, parada la realidad práctica del atractivo de la fantasía, en un equilibrio característico de su época y de la autora de La abadía de Northanger.
G. Melchiori