Más que personaje, es un motivo de fondo, aunque no por ello menos importante, en el clima de la épica y la tragedia griegas. En la Ilíada (v.) y en la Odisea (v.) es casi un mero nombre; en el teatro (Esquilo y Eurípides) aparece apenas como profetisa a quien nadie escucha, y el poema que le dedica Licofrón es más una variación hermética sobre sus profecías que una representación del personaje.
Hija de Príamo (v.) y Hécuba (v.) y amada por Apolo, éste le concedió el don de profecía, pero por no haberse visto correspondido en su amor él mismo la condenó a ser una vidente desoída. Los trágicos acontecimientos que predijera a su familia y a su ciudad le valieron el odio y el encierro en una torre en la que permaneció solitaria lamentando las calamidades de su patria; de esta suerte, Casandra es voz de infortunio y funesto presagio sin rostro que oímos resonar a veces tras los movidos episodios y las vivas imágenes de la épica griega.
Aun cuando podría parecernos un Jeremías (v.) femenino, su presencia, no obstante, si bien intensifica el clima trágico de la leyenda, no le aporta ninguna contribución moral, ya que a su desolado vaticinio le falta el motivo purificador de la penitencia. He. aquí por qué su previsión del futuro es estéril; la incredulidad con que son acogidas sus palabras no es un motivo extraño a ella, sino intrínseco: es su misma imposibilidad de dar un sentido y señalar consecuencias al futuro que prevé.
Después de la caída de Troya empieza trágicamente su vida femenina: violada en el templo de Minerva por Ayax Oileo (v.), es entregada como esclava a Agamenón (v.), amada por el rey de reyes, llevada por éste a Micenas y muerta, junto con él, por la terrible Clitemnestra (v.). No hay, pues, felicidad para esta triste criatura que, en la primera parte de su vida, busca inútilmente superar su sexo, y, luego, también vanamente, se resigna a participar de la suerte de éste. Es una figura creada por el pesimismo siempre latente en el espíritu helénico; la inutilidad del saber y la oscuridad de la vida de los sentidos parecen ser sus expresiones fundamentales, en las que se niegan por un igual lo absoluto y lo contingente.
U. Dèttore