Braz Cubas

Braz Cubas es el muerto que narra su propia vida — y su propia muerte — en la novela de Machado de Assis (1839-1908) titulada precisamente Memorias póstumas de Braz Cubas (v.). Aunque po­dría pensarse en una invención llena de misterios de ultratumba, la novela, sin em­bargo, como todas las del gran narrador brasileño, es una obra realista y psicológica en la que domina, siempre atenta, una inte­ligencia fina, aguda, maliciosa, amarga, y, no obstante, cordial. «Me gusta sorprender las cosas más insignificantes y escondidas», explica el autor. «Donde nadie mete las narices las meto yo con una atenta y aguda curiosidad que pone al desnudo todo lo velado».

Y lo escudriña todo con ojos de miope, porque sabe que «la ventaja de los miopes reside en saber huronear allí donde una buena vista no se detiene». Machado de Assis tiene en todas sus novelas un personaje con quien se identifica y a tra­vés del cual se confiesa indirectamente. Esta identificación se da quizá mejor en Braz Cubas que en cualquier otra figura suya.

Braz cree en la vida, a pesar de que descubre su vanidad y su ciego desenvolvi­miento; ama a los hombres y acaba por no confiar en ellos; comienza a vivir con arrojo, decidido a situarse, sirviéndose ora de la pasión, ora de la ambición; pero en torno a él la vida es mudadiza e inestable, y esta mutabilidad juega con el destino de las criaturas. En pocos escritores como en Machado de Assis se nota que la vida se desenvuelve en el tiempo y que éste es un infinito revolverlo todo. («Nosotros ma­tamos el tiempo; y el tiempo nos entierra», dice).

El aspecto de la personalidad del autor que mejor definido queda en Braz Cubas es el de su típico e irremediable, pero sonriente, y, por así decirlo, afable pesimismo. Su sonrisa endulza pensamientos cuyo sentido parecería, de otro modo, ex­cesivamente crudo. En el último capítulo, titulado «Das negativas», Braz Cubas pasa balance: «No llegué a la celebridad, no fui ministro ni alto funcionario, no conocí el matrimonio. Verdad es que, junto a estas faltas, me cupo la buena fortuna de no te­ner que ganarme el pan con el sudor de mi frente.

Además: no sentí la muerte de doña Plácida ni la semilocura de Quincas Borba (v.). Todo sumado, se diría que he saldado a la par con la vida. Pero ello no sería cierto; porque, al otro lado del mis­terio he hallado un pequeño saldo a mi favor: no he tenido hijos, no he transmi­tido a otras criaturas la herencia de nues­tra miseria». El oponente de Braz Cubas en el arte de Machado de Assis puede ha­llarse en la figura de Quincas Borba, para quien el dolor es ilusión, y Pangloss (v.), el calumniado Pangloss, no era tan necio como Voltaire quiso hacer creer.

A. Dabini