Bloom

[Leopold Bloom]. Protagonista del Ulises (v.) de James Joyce (1882-1941). El personaje, captado de improviso en el transcurso de un día cualquiera de su vida, nos es presentado ya desde el momento de levantarse, cumpliendo sus modestas fun­ciones físicas y diversos pequeños quehace­res domésticos, y luego a través de todo el día, en el desenvolvimiento de sus relacio­nes humanas, hasta su regreso a casa, por la noche, de vuelta de un prostíbulo donde ha acompañado a su amigo Stephen — epi­sodio en que se advierte la influencia del Peer Gynt (v.) de Ibsen—.

Durante este día cualquiera de su vida, Bloom aparece como un ser intelectual y moralmente me­diocre, poco afortunado en los negocios, engañado por las mujeres y muy inclinado a fantasías y proyectos con los que intenta compensar su poca suerte. Pero el título de la obra y su construcción paralela a la estructura de la Odisea (v.) pueden darnos una idea suficiente del valor simbólico de este personaje, que, por otra parte, se com­prende mejor al ser confrontado con la otra figura importante del libro, o sea, su amigo Stephen Dedalus (v. Dedalus) —pro­yección del autor —, del que Bloom es una especie de contrapunto y oponente.

El hecho de que Joyce concibiera a Bloom como judío ha sido interpretado por los críticos más recientes como muestra de benevolencia del escritor hacia la raza semítica. No obstante, y aun sin que­rer negar esta hipótesis, tal vez esté más acorde con la realidad la consideración de que por sus fines, dirigidos a captar y producir mediante el monólogo interior el llamado flujo continuo de la conciencia (Joyce es uno de los primeros escritores que experimentaron el influjo de las teo­rías de Freud y las utilizaron literariamen­te), el autor estaba interesado en hacer de su personaje un tipo que Jung definiría como introvertido.

Y este tipo se justifica mejor en un individuo como Bloom, quien, bajo las apariencias de un carácter locuaz, afable y alegre, esconde un fuerte comple­jo de inferioridad, en cuya formación in­tervienen diversos factores: desde los fracasos de tipo práctico (falta de éxito eco­nómico, ineptitud para satisfacer las exi­gencias sentimentales de su mujer y con­servar su fidelidad) hasta la conciencia del desprecio en que es tenida su raza.

De ello derivan la preocupación de Bloom para buscar compensaciones a su complejo de inferioridad y el hecho de que, por tratarse de un introvertido, esta búsqueda no se concrete en acción, sino que se manifieste en largas cavilaciones internas y en fan­tasías — algunas veces de fondo casi fabu­loso, de acuerdo con el temperamento irlandés — en las que de vez en cuando su exigencia de compensaciones encuentra ali­vio, ya que no completa satisfacción, pues ésta sólo puede ser alcanzada con la acción, que la misma naturaleza del personaje hace imposible. Por este camino de la introver­sión, Bloom, inconscientemente, concreta en sí toda objetividad.

Ausente de sí mismo, permanece presente en el mundo de los instantes que van sucediéndose. Su filosofía — suponiendo que en el caso que nos ocu­pa pueda usarse dicho término — consiste en una absoluta relatividad, por así decirlo, tanto en el terreno psíquico como en el fí­sico y el fisiológico, sin jerarquía de valo­res, y en una equivalencia casi rigurosa entre cosas, seres animados y hombres. La misma metempsícosis, por ejemplo, que Bloom explica a su mujer y que Joyce emplea frecuentemente como tema, se co­loca, en el espíritu del personaje, en el mismo plano de cualquier opinión ajena que pudiera haber oído sobre política, ne­gocios o conveniencias sociales.

Desde este punto de vista, quizá no estaría fuera de lugar el considerar a Bloom como una es­pecie de anticipación del Existencialismo (v.). Podríamos decir que en el desarrollo de las relaciones humanas (que la fantasía del personaje extiende a todo el mundo), fuera de todo plano moral, Joyce, más o menos involuntariamente, ha subrayado, del existencialismo, el elemento de la problematicidad, entendida, a la vez, como alter­nativa de posibilidad y como naturaleza in­estable y completa de la realidad humana. Con referencia a este aspecto concreto de la problematicidad pueden advertirse tam­bién, por un lado, puntos de contacto con el más reciente Pragmatismo (v.) —con De­wey particularmente — y, por otro, antici­paciones del indiferentismo típico del exis­tencialismo francés.

Si la ciudad de Du­blin, en donde se desarrolla la jornada de este personaje, es una especie de micro­cosmo, también lo es realmente el espíritu de Bloom. En él se pone en acto nuevamen­te una aventura típicamente humana por su mismo carácter común y mediocre. Así como Ulises (v.), a quien los vientos im­pulsaron obstinadamente hacia nuevas prue­bas y adversidades, se convierte en un elevado símbolo del hombre que, sin un dominio profundo de los elementos ni de su propia nave, hace frente, no obstante, al hado, también Bloom va a la deriva en la vida, aun cuando sin lucha, por cuanto la suya es una existencia carente de sen­tido y de objetivo, una vida en la que la identidad del individuo consiste casi por entero en su inestabilidad. He aquí por qué parece verse en Leopold Bloom una espe­cie de víctima propiciatoria, que lleva so­bre sus insignificantes hombros el destino del hombre moderno.

S. Rosati