Personaje de la obra de Proust (1871-1922), En busca del tiempo perdido (v.), presentado por el autor, a semejanza del pintor Elstir (v.), no sólo en su imagen física, sino muy especialmente en la que puede deducirse del estudio del complejo de sensaciones delicadas que su arte provoca.
Bergotte es escritor: poeta, novelista, filósofo, ensayista, y en cada una de estas formas de su actividad le caracteriza un inconfundible sello personal, naturaleza vocal, casi musical, que las envuelve a todas en una verdadera aura poética y las confunde en el continuo fluir de una misma emoción. Consecuencia de ello es la sorpresa o desilusión que producen las partes más extrínsecas a su genio, dirigido a la evocación de lo inefable: sentimiento que el mismo Proust confiesa cuando en un libro de Bergotte donde las maravillosas evasiones rebasan los esquemas de un tema prefijado, vuelve a seguir «el hilo de la narración».
Bergotte es también filósofo y como tal inspira a su joven lector la impaciencia por llegar a la edad de asistir al curso de filosofía, y, conseguido esto, a la condición de poder vivir de su pensamiento, por lo cual debe considerársele más bien poeta de la filosofía, así como debe considerarse ilusión amorosa su sentimiento. Se percibe cómo, sugestionado por la obra bergottiana, Proust trata de adivinar la imagen física del poeta, engañándose.
Seguramente sería un anciano, inconsolable por la pérdida de los hijos, eco persistente de esta ya lejana desgracia. No obstante, por lo menos en su primer encuentro en casa de los Swann (v.), le ve como un mocetón de baja estatura, tosco, miope, de nariz encarnada y roma y con una perilla negra, descripción que nos hace retroceder desde el ideal indeterminado hasta los límites de la realidad, y símbolo, además, del destino ideal y subjetivo de este poético héroe cuya impresión de grandeza se verá limitada en el transcurso del tiempo, llevándonos a juzgar superada incluso su extrema modernidad.
Tal destino ve reflejados sus propios límites en el corazón mismo de Proust, para quien Bergotte es, al principio, el gran anciano imaginario, superlativamente sabio y casi divino, gracias al cual el memorialista del En busca del tiempo perdido amará a la jovencita Gilberta Swann (v.) aun antes de haberla visto; y, posteriormente, el hombre y el artista por quien, en gracia a ella y como obligación de reconocida gratitud, conservará un resto de amor.
R. Franchi