Son los dos héroes de la novela bizantina de este mismo nombre (v.), del siglo XIII. El análisis detallado de un episodio cualquiera del relato podría darnos la impresión de que la prodigiosa sucesión de acontecimientos y la correspondencia feliz de atributos que aquéllos parecen encarnar les convierten más bien en tipos ideales que en caracteres simplemente humanos.
Crisanza se aparece a Beltandro en el Erotocastro, castillo encantado del dios Amor, a donde aquél, una vez abandonada la corte paterna de Rumania por la amargura de haber sido pospuesto a su hermano Filarmo en la sucesión, ha sido llevado de modo singular después de largas peregrinaciones y maravillosas hazañas. Invitado por el dios del Amor a otorgar la manzana de la belleza a la más hermosa de cuarenta muchachas que le son presentadas, su elección tiene todo el significado de un presagio, puesto que una vez partido nuevamente y llegado a Antioquía, reconoce en la hija del rey a la mujer que eligiera durante su encantamiento, y, con el auxilio de la criada Fedrocatza, se une a ella secretamente.
En la sucesión de sus aventuras van tomando cuerpo los caracteres de ambos: a la impetuosidad, decisión y audacia en las improvisaciones que hacen del arrogante Beltandro un caballero modelo corresponden en la gentil Crisanza la firmeza en la voluntad y la audacia sin vacilaciones, que le impulsa a huir con el amado. Aquí, como de costumbre, la Fortuna protectora de los héroes de las novelas los conduce a buen puerto, más allá de todo riesgo y prueba, y Beltandro es llamado a suceder a su padre en el trono de Rumania.
G. Zoras