Belacqua

El tema (que en diversas ocasiones aparece en el Antepurgatorio) del cansancio del viaje, del ansia y nece­sidad de oración, y el de la enseñanza de la presteza moral y del reproche de la in­dolencia, se inclinan hacia la nota có­mica, casi hacia la sonrisa, al principio de la subida al monte.

Dante, ayudado por su guía, va ascendiendo con afanoso cansan­cio; y cuando, después de haberse arras­trado por el primer círculo, se sienta, el deseo de comprender la nueva posición en que el sol se le aparece le impulsa a pe­dir y a escuchar las explicaciones de Vir­gilio.

Luego, su pensamiento vuelve de nue­vo a la dura cuesta y a su final y pre­gunta cuánto hay que andar aún, pero apenas Virgilio le ha informado nuevamente y le ha confortado con la esperanza del re­poso que hallará en la cumbre, se oye, tras un gran peñasco, una voz que le invita a la reflexión y le advierte: «¡Quizás antes te veas precisado a sentarte!» Es Belacqua.

De él no sabemos casi nada (Divina Co­media, v., «Purgatorio», canto IV). El Anó­nimo florentino escribe: «Este Belacqua fue un ciudadano de Florencia, artesano, y ha­cía mástiles de laúd y de cítara, y era el hombre más perezoso que hubo jamás; y dícese de él que por la mañana iba al ta­ller y se sentaba y no se levantaba más que para ir a comer o a dormir.

El que esto escribe llegó a ser íntimo suyo; mucho le reprendía por esta su indolencia; por lo que un día que le estaba reprendiendo, Belacqua contestó con las palabras de Aris­tóteles: Sedendo et quiescendo anima efficitur sapiens; a lo que respondió quien es­to escribe: En verdad, que si con perma­necer sentado uno se torna sabio, nadie lo fuera nunca más que tú».

Esta figura de indolente moral aparece precisamente en el momento en que Virgilio subraya la impor­tancia de la diligencia de espíritu. El epi­sodio — que es una pequeña obra maestra — parece realmente grabado por Dante con la punta de la pluma; la entrada de Belacqua es magistral: se oye una voz, entre cansada e irónica, pero no se ve al personaje.

El objetivo avanza lentamente hasta el pe­ñasco; luego, adelantándose, enmarca a un grupo de almas que, a la sombra de la roca, están «como quien se deja vencer por la indolencia». Sobre este fondo se delinea Belacqua. Y empieza una discusión a la vez aguda y suave entre éste y Dante. Be­lacqua se burla benévolamente de la prisa de Dante, mientras éste señala Belacqua a Virgilio valiéndose de una expresión po­pular : «Contempla a ése, que se muestra más negligente ‘que si fuese hermano de la pereza’».

Entonces Belacqua se vuelve, pero sólo un poquito, mirando por encima de los muslos, sin levantar la cara, y responde algo violentamente con irónica y perezosa alegría: «¡Ve, pues, hasta allá arriba, tú que tan fuerte eres!» Ahora Dante reconoce a su interlocutor y, aunque can­sado, corre a su encuentro. Belacqua pro­sigue su muelle sátira, lenta y flemática­mente; Dante, por su parte, no cambia de actitud: sólo sus labios articulan indulgen­temente «cierta sonrisa», que «acaba por mudarse totalmente en un sentimiento de amistad del Dante hacia Belacqua — ‘Be­lacqua, ahora ya no me duele tu manera de hablarme’ — y en un casi imperceptible sentimiento de caridad fraterna de éste en favor de aquél (‘¡Oh, hermano!’).

En la última parte del episodio, la delicada ligereza en que había trocado la solemni­dad meditativa del canto adquiere un lige­ro tono de tristeza y acaba por disolverse en la majestuosa visión de la Noche» (Momigliano). Belacqua dice: «¿Para qué su­bir?— pero inmediatamente añade—: el ángel de Dios que guarda la puerta del Purgatorio no me dejaría entrar».

No es el des­precio quien le dicta tales palabras: «aun­que en ellas haya un desdén aparente, su fondo es triste: es ley de Dios que nos­otros mismos no podamos valernos, a no ser que otros nos ayuden» (E. G. Parodi). Así, pues, el tono de leve tristeza se armo­niza con el ambiente general de este reino. En resumen, podemos afirmar que la figura de Belacqua es todo lo contrario de un «anacronismo psicológico y ético» o una «mancha sobre el fondo del Purgatorio» (se­gún la opinión del crítico D’Ovidio): «Una vez leído, se ve claramente que en este episodio el tema reflexivo y moral del canto se mitiga en sereno solaz, pero sin desvanecerse».

P. Baldelli