[Bar-Abba]. Es el asesino que Pilatos (v.), en el Evangelio, opone a Cristo durante el juicio del Viernes Santo. Salteador de campos y aldeas, quizá también ladrón de las caravanas que desde Judea se dirigían a Siria, Arabia y Egipto, había cometido un crimen en una sedición popular ocurrida poco antes de la crucifixión de Cristo y caído finalmente en manos de la justicia.
Terminadas con ello de manera forzosa sus insolentes fechorías, languidecía en la cárcel en espera de la condena cuando se vio inesperadamente envuelto en la tragedia del Viernes Santo. Actor pasivo y aturdido a pesar de su arrogante temeridad, se ve súbitamente elegido por un juez medroso como subterfugio y defensa frente a una multitud obcecada y embrutecida: sus repugnantes facciones de asesino, que Pilatos (v.) intenta esgrimir para conjurar una trágica injusticia que su cobardía no sabe impedir, aparecen junto a la faz serena y sobrenatural de Cristo.
Pero, entre el bandido sanguinario y el dulce taumaturgo, entre el terror y el ídolo de las multitudes, entre el culpable y el inocente, el populacho no vacila y emite a voz en grito su oprobioso veredicto: «no Cristo, sino Barrabás». Y la blasfemia, que atraerá sobre el pueblo judío el más terrible hado de la historia, lleva desde aquel día envuelto en sus nauseabundas olas como un vómito inmundo el nombre del macabro delincuente que la ceguera de una pasión incomprensible e injustificable prefirió al más justo e inocente de los Bienhechores.
Y ello, en realidad, nada tiene de paradójico; sólo al mal puede atraer el mismo mal para perecer ambos juntamente: Cristo debía ser traicionado, así como Barrabás aclamado y bendecido; y a su vez la justicia, amparándose en el escudo de la iniquidad, no podía triunfar. Mientras en el mundo el mal consiga sobornar y encegar a las turbas, Barrabás se verá siempre libre de sus grilletes, que seguirán estrechándose alrededor de Cristo en tanto sea la vileza disfrazada de autoridad quien defienda a la justicia.
C. Falconi