Personaje de la novela Aventuras de un conspirador, de Pío Baroja (1872-1956). Aviraneta podría llamarse el anti-Bradomín (v.): uno y otro personajes llevan una vida agitada y turbulenta, militando en campos opuestos, el uno en el liberal progresista, el otro en el carlista conservador, pero tienen en común su valentía, verdaderamente excepcional, y la irreductibilidad, por lo demás muy española, de sus convicciones.
Ambos, en realidad, convencidos de ser los únicos depositarios de una única verdad, consideran con desdén a sus adversarios como «casos perdidos», cuyas opiniones no les afectan en lo más mínimo. Pero si Bradomín es un personaje fantástico cuya razón de ser reside únicamente en la vida que le dio Valle- Inclán, el héroe encarnado por Aviraneta existió realmente, y Pío Baroja construyó su novela teniendo a la vista documentos que llegaron a sus manos después de la muerte de aquél.
Sea como fuere, siempre ha sido muy difícil reconocer hasta qué punto el novelista vasco mezcló en su personaje la invención a la realidad; y en el prólogo, él mismo confiesa explícitamente haber añadido a la historia algo de su «propia salsa», de tal modo que la barrera que separa la ficción de la realidad en muchas otras biografías noveladas se hace aquí adrede tortuosa, imposible de adivinar e interrumpida por numerosas rendijas a través de las cuales escapa la fantasía de Baroja.
Por ello el personaje Aviraneta y el personaje Pío Baroja (cfr. su autobiografía La última vuelta del camino) sé parecen extraordinariamente. Ambos son liberales, progresistas, acérrimos en sus ideas y afanosos de proclamarlas a los cuatro vientos. El héroe novelado saca su fuerza no sólo de una mayor determinación de sus cualidades, sino también del ambiente en que se mueve y que, en este aspecto, refleja fielmente gran parte de la historia española del siglo XIX.
A principios de aquel siglo, Aviraneta, como otros liberales de la época, se halló ante el imprevisto dilema que contrapone el concepto de patria invadida y oprimida por el ejército francés — y el amor a los derechos del hombre, de los que las tropas napoleónicas se proclaman mensajeras. Aviraneta pone a la patria en la cumbre de sus ideas, pero su no-conformismo, en una lucha en la que la religión se apoya en la patria, le pierde.
Terminada la guerra, Aviraneta, como otros muchos hombres de los que hoy llamaríamos «de izquierda», interviene en las nuevas luchas, civiles esta vez, favoreciendo por todos los medios las revueltas constitucionales y las insurrecciones. Al hombre de acción Aviraneta se une entonces el hombre de acción Baroja, de tal modo que la obra nos ofrece un brillantísimo caleidoscopio de la vida española y extranjera, especialmente parisiense, del siglo XIX.
De ese encuentro nace un Aviraneta hábil, inteligente, sereno, y con una seguridad en sus ideas que aun manteniéndose inalterable se hace cada vez más amarga, a medida que va creciendo su desconfianza en aquellos mismos hombres que debían servirlas. Con ello Aviraneta se hace más rico en vitalidad que en pensamiento, acentuando también así el parentesco que le une con el novelista que lo creó.
F. Díaz-Plaja