Atsumori

Personaje de la historia y de la literatura japonesas. Taira-no-Atsumori (1169-1184), nieto del gran Kiyomori (1118-1181), participó, combatiendo heroica­mente, en la batalla de Ichi-no-tani (21 de marzo de 1184), en la cual los Taira fueron derrotados y aniquilados por sus rivales los Minamoto. Su muerte figura entre los epi­sodios más trágicos y sugestivos del Heike Monogatari (v.) y del Gempei Seisuiki (v.).

Cuando la batalla toca a su fin y los Taira, vencidos, huyen perseguidos por sus enemigos, Atsumori, que se ha quedado atrás, se dirige hacia la costa para inten­tar huir a su vez en un junco. Pero de pronto ve cerrado su camino por Kumagaya Naozane, uno de los guerreros aliados de los Minamoto, el cual le provoca a singu­lar combate. A pesar de que Atsumori no es más que un mozo de diecisiete años, no vacila en aceptar el reto y se bate va­lerosamente contra un adversario veterano en el oficio de las armas.

En la refriega, cae de su caballo y Naozane se le echa encima y, cuando le ha quitado ya el yel­mo para cortarle mejor la cabeza, al ver sus tiernos rasgos, que le recuerdan los de su propio hijo caído aquel mismo día en combate, se siente por un momento presa de compasión y de simpatía. Ello no dura más que un instante: la naturaleza del hombre de armas, que no entiende de ter­nuras ni de consideraciones sentimentales, acaba por imponerse y Atsumori cae vícti­ma de lo que en aquellos tiempos era de­recho y costumbre del vencedor.

Pero tan vivo y turbador es el recuerdo del heroís­mo con que el muchacho se ha resignado a morir, y tan acerbo es el remordimiento que acosa a Naozane que al fin, tras rogar a su padre que recoja los inanimados res­tos de su adversario, decide abrazar la vida religiosa y pasar el resto de sus días ex­piando su culpa con continuas plegarias por el alma de aquél. En efecto, bajo el nom­bre religioso de Rensei, Naozane entra en el convento budista de Kurodani, donde muere en 1208.

De esta versión literaria del episodio histórico, indudablemente embelle­cido y reformado por razones artísticas, derivan los temas de numerosas composi­ciones dramáticas, poéticas y narrativas. Recordemos sólo el famoso «nō» o drama clásico titulado Atsumori (v.) de Kwanze Seami Motokiyo (1375-1456), en el cual el autor ha añadido un significado religioso al contenido profundamente trágico y hu­mano del relato.

El destino conmovedor del joven Atsumori aparece en esta obra como la consecuencia del mismo «karma» inevi­table que persigue a toda su familia, mien­tras que su resignada sumisión, a un hado cruel rodea como un halo de dulce tristeza la figura de aquel tierno retoño que expía, a pesar de su inocencia, las culpas de sus padres. (Recuérdese que los Ashikaga, que gobernaban el Japón en la época en que Motokiyo escribía sus dos «nó» y que eran grandes protectores de éste, descendían de los Minamoto, enemigos de los Taira, li­naje al cual Atsumori pertenecía).

Otro «nó» posterior sobre el mismo argumento es el Ikuta Atsumori [Atsumori en Ikuta], de Komparu Zembō (n. en 1454). S. Nogami