[Arlecchino]. Dentro de la ilustre familia de las máscaras de la «commedia dell’arte», es la más característica, al mismo tiempo que la más enigmática y compleja.
Aunque nacido en Bérgamo, la ciudad natal de su compadre Brighella (v.), su nombre deriva de la Edad Media francesa: Harlequin o Herlequin o Hellequin era el nombre de un diablo, jefe de diablos, en los misterios populares del siglo XI. Así lo afirma Driesen, el más docto de los eruditos que han estudiado a este personaje.
Pero no faltan otras etimologías más ingeniosas que sensatas: de Erlenkonig, gnomo de la mitología escandinava y germánica; de Alichino, diablo dantesco que en realidad es una derivación del Harlequin francés; y de Aquiles de Harlay, caballero francés que protegió a un cómico italiano llamado Harlayquino. Según otros, el nombre sería el diminutivo de «harle» o «herle», pájaro de abigarrado plumaje.
Sus propios rasgos exteriores y su tipo han dado pie a que se buscasen a este personaje remotos orígenes, y así se le ha emparentado con los antiguos falóforos, que se pintarrajeaban el rostro con hollín y recitaban sin coturno, y con el Bucco (v.) romano, el gran comilón de las farsas atelanas. Pero la costumbre de enmascararse la cara para hacer reír es universal, como lo es también el tipo del glotón.
Sea como sea, el personaje de Arlequín queda definido hacia el siglo XVI: habla bergamasco y viste una chaqueta corta y ceñidos calzones, cubiertos una y otros de retazos de tela de distintos colores caprichosamente mezclados; lleva un bastón al cinto, barba negra e hirsuta, medio antifaz negro de chata nariz, y birrete como el de Francisco I, con una cola de conejo colgada (en la Edad Media solía por burla colgarse colas de conejo o de zorra u orejas de liebre a las figuras ridículas).
En realidad, Arlequín nace bajo el signo de la estupidez insolente y famélica que se agarra a los hilos de la intriga para soltarse de ellos con acrobáticos saltos y golpes a ciegas; así nos lo representan a fines de siglo dos Arlequines famosos: Gavazzi y Martinelli. En el siglo XVII, Domenico Biancolelli suaviza un poco sus rasgos: los retazos multicolores se ordenan en rombos, aparece el gran cuello blanco, la grosería se convierte en endiablado brío y los descompuestos saltos adquieren ritmo de danza.
Éste es el Arlequín para el cual Lesage escribió sus comedias (v. Teatro de la feria). Goldoni recogió este tipo ya civilizado: su Arlequín tiene siempre por supremo bien la comida, pero sabe ganársela con populares ardides no exentos de elegancia. En el siglo XIX romántico, el rasgo predominante de Arlequín deja de ser su apetito para pasar a ser su policromo traje, que por contraste se alía al idealismo monocorde y suspirador de tantos otros personajes.
El Romanticismo parece ver en Arlequín una posibilidad de evadirse de sí mismo y por esto le ama, interpretándolo como un extraño símbolo de las infinitas posibilidades de ser de quien tan ansiosamente intentaba realizar por lo menos una.
U. Déttore