[Gabhrī’ ēl]. Es uno de los tres ángeles designados en la Biblia (v.) con nombre propio. Se aparece por dos veces al profeta Daniel (v.) para revelarle la significación de las profecías, y, en particular, el tiempo de la venida del Mesías (Daniel, 6, 16; 9, 20-27).
Su denominación hebrea, «hombre de Dios», se refiere al aspecto humano que asume en las apariciones, mientras que el título de arcángel que le atribuyen los textos cristianos del siglo II indica su calidad de enviado divino y su misión de dignatario celestial ejecutor de los designios del Señor. Cuando se manifiesta en el Templo, entre el altar y el candelabro de oro, para anunciar al sacerdote Zacarías el nacimiento de Juan Bautista (v.), precursor de Jesús, se define a sí mismo como «uno de los que están a la presencia de Dios» (v. Evangelio de S. Lucas, 1, 19), persona de confianza y plenipotenciario del Altísimo.
Pero su nombre se halla vinculado especialmente a la bellísima escena de la Anunciación a la Virgen (Lucas, 1, 26-38), y al respetuoso y solemne diálogo que se desarrolla entre él y la Madre de Jesús. Gabriel revela al sacerdote Zacarías y a la Doncella de Nazaret la inminencia de la encarnación del Verbo y la realización de las esperanzas mesiánicas. Dante viole hermosísimo y fuerte: «…baldezza e leggiadria, / quanta esser può in angelo ed in alma / è tutta in lui» («…hay en él cuanta gallardía y belleza puedan darse en un ángel y en un espíritu») («Paradiso», XXXII, 109 ss.).
Es el mensajero de las nuevas más gozosas y esperadas para la salvación del mundo. Las leyendas hebreas cuentan que Gabriel fue uno de los ángeles que cuidaron del misterioso entierro de Moisés (cfr. Deuteronomio, v., 34, 16), y el destructor del ejército de Senaquerib (cfr. Paralipómenos, v., 32, 21). Mahoma le atribuyó la revelación del Corán (v.).
S. Garofalo