Es el héroe letón del drama Caballo de oro (v.) de Rainis (pseudónimo de Jānis Pliekğšāns, 1865-1929). Hombre de absoluta bondad, en quien la necesidad de sacrificarse fluye naturalmente de su carácter como un instinto espontáneo, Antinch se conmueve a cada una de las manifestaciones de sufrimiento del prójimo y se abandona enteramente a su propio dolor.
De él dicen sus hermanos: «Es un ingenuo que tiene compasión de todos y que se pone hecho un mar de lágrimas cuando matan una gallina». Sus hermanos le arrebatan fraudulentamente la herencia de su padre; él se da cuenta de ello, pero está demasiado absorbido por su mundo íntimo, que es luz y afecto, para tener plena conciencia de los valores materiales.
Arrojado de la casa paterna, sabe aún hallar excusas a la maldad de sus hermanos, e incluso, al ver que los guardias reales los maltratan, se apresura, con el rasgo de un hombre incapaz de rencor, a solicitar la gracia para aquéllos. No posee más que lo que lleva encima, y la noche es fría, pero el viejo mendigo tiene aún más frío que él, y Antinch se quita los guantes, la bufanda, la chaqueta, los zapatos y finalmente el sombrero para dárselos.
Benévolo y confiado, posee un delicadísimo mundo interior, rico en sueños y en afectos, y se muestra íntegro en sus sentimientos y perfecto en el sacrificio. Y llega a ser un héroe porque «es claro como el sol… tierno como el sol… y fuerte como el sol. Pero ¿quién puede ser como el sol?». «Quien puede dar todo su ser, toda su vida y su voluntad». Antinch no es únicamente una imagen artística netamente dibujada, sino que su carácter se remonta a las raíces mismas de la vida.
La humanidad ha contado siempre con tipos como Antinch, que ignoran la esclavitud de la vanidad, de las ambiciones y de los intereses personales, que son crédulos y desconocedores del mal y que por lo mismo pueden fácilmente ser engañados por hombres más hábiles. Y aunque en la vida práctica debamos considerarlo demasiado desarmado y simple, Antinch representa el prototipo de aquellos hombres, negativos si se quiere, pero poseedores de nobles cualidades, gracias a las cuales se convierten, en su sacrificio, en perfectos héroes.
M. Rasupe