En la novela de Benito Pérez Galdós (1843-1920), Misericordia (v.), al lado de la protagonista Benigna (v.), forma intenso contraste el mendigo africano Almudena, insólito caso de exotismo entre el casticísimo elenco galdosiano.
Pero no es sólo curioso por su origen y figura — con su extraña habla medio sefardí —, sino por el soplo lírico que le atraviesa. Visionario y medio brujo, cuenta la aparición de un cortejo celestial que una vez le dió a elegir entre la fortuna o una mujer divina que redimiría su vida: él eligió la mujer, y está seguro de haberla encontrado en la pobre «Benina».
Sus requiebros de oriental barroquismo hacen reír a la anciana criada, pero el moro está espiritualmente enamorado de ella, y con los ojos del alma ha visto su belleza moral. Generoso y apasionado, se sentirá ridículamente celoso cuando le cuenten que «Benina» protege al viejo elegante Ponte, un pariente, también muerto de hambre, de la señora de su «amada».
Ponte, a su vez, después de indignarse, tocado en su puntillo de honor porque Almudena suponga en él intenciones deshonestas respecto al «ángel» que es Benigna, llegará a decir que ésta debe su compañía al «caballero de la Arabia»: tal metamorfosis ha llegado a tener el mendigo ante la vista del famélico señorito, sensible a toda elegancia de alma por encima de la materia.
Almudena, canturreando salmodias con su guitarrillo, devoto absoluto de «Benina», es asistido bondadosamente por ésta al caer enfermo con un repugnante padecimiento de la piel. Al final, cuando «Benina» quede abandonada por su ingrata señora vuelta a la fortuna, Almudena sigue como compañía definitiva de esa mujer cuya vida es una entrega a la caridad.
J. M.a Valverde