Protagonista del relato Nada menos que todo un hombre, contenido en las tres Novelas Ejemplares (v.) de Miguel de Unamuno (1864-1936). Es uno de aquellos típicos personajes unamunianos en los que mejor se objetiva el indomable personalismo del autor.
Alejandro Gómez es en realidad una violenta afirmación de vida, y lo conocemos por medio de actos en los que expresa toda la furia de su ser: el amor, el odio y la muerte. Hijo de nadie y subido de la nada, posee el exasperado orgullo y la insolente seguridad del hombre hecho por sí mismo; conoce las leyes fundamentales de la vida y las traduce en potencia.
La sociedad, que es su ambiente natural, es tolerada por él, pero, como desquite a las numerosas ofensas recibidas, la sojuzga y la domina con su dinero, adquirido con la usura, y si es necesario, con el terror. En efecto, ¿qué amor puede sentir por la gente quien vive nutriéndose de su propio jugo? Alejandro Gómez no debe nada a nadie y parece saborear la lenta y continua embriaguez de descubrirse y contemplarse como un verdadero hombre, «nada menos que todo un hombre». Y este orgullo de su personalidad se extiende insensiblemente a todo cuanto le rodea.
Así, cuando al enamorarse de la bella Julia la toma contra su voluntad, ni por un momento le pasa por las mientes la idea de los celos: «¿Traicionarme a mí una mujer? Imposible. Esto puede suceder a otro, a un estúpido, pero ¿a mí, a mí?» Y al decir «¿A mí?» parece poner, como un nuevo Bradomín (v.), a todos los demás hombres a un lado y a sí mismo en otro. Pero ello sin retórica, naturalmente, por íntima convicción.
Con todo, su misma seguridad acaba envenenando el ánimo de Julia, que, enferma de no saber si es amada por su marido o si sólo está poseída por un sultán, en una crisis de lágrimas le jura y perjura que tiene un amante. Alejandro Gómez afirma entonces que está loca y como a tal la hace encerrar en un manicomio.
Pero también a los hombres de una sola pieza, incluso a aquellos que son «nada menos que todo un hombre», les puede ocurrir que la pasión les corroa la armadura hasta convertirla en una falsa defensa. Y Alejandro Gómez, un día, sólo un día y algunos minutos, llorará de rabia y de amor, confesando a su mujer, salida del manicomio, que sólo vive para ella. Y cuando Julia, llegada finalmente la crisis al saber que es amada, cae enferma para no curar, Alejandro Gómez no se retiene de «hacer teatro» a su vez, insultando y prometiendo a los médicos e insultando y prometiendo a Dios, en quien él, siempre tan hombre y siempre tan seguro de sí mismo, no había pensado jamás.
Finalmente, con su suicidio consumado sobre el cadáver de su esposa, Alejandro Gómez firmará la abdicación de una vida y de un pensamiento.
F. Díaz-Plaja