Es la más famosa novela caballeresca española, obra de Garci Rodríguez (y no Ordóñez) de Montalvo (siglos XV-XVI), que fue gobernador de Medina del Campo en tiempo de los Reyes Católicos. Fue publicada por primera vez en Zaragoza en 1508; pero una redacción distinta y mucho más antigua debió de difundirse ampliamente por la península ibérica, pues hay testimonios de su conocimiento, en la segunda mitad del siglo XIV. En 1956 se hallaron y publicaron (en el «Boletín de la R. Academia Española») algunos fragmentos de la versión de principios del siglo XV. Con ello ha quedado demostrado que la novela fue escrita originariamente en castellano (no en portugués) y se ha visto que la redacción primitiva era más amplia que la refundida por Rodríguez de Montalvo. El asunto se enlaza con el Ciclo bretón (v.) y la nomenclatura se refiere a Inglaterra, en la región de Gales («Gaula»); sin embargo no faltan referencias a Francia, debidas probablemente a una contaminación de fuentes literarias. Montalvo, según declara él mismo en el prólogo, no hizo más que refundir los primeros tres libros de la antigua redacción, confeccionando un cuarto libro sobre la idea de la monarquía universal, y a continuación un quinto, para narrar las empresas de Esplandián, hijo de Amadís, La novela, que tuvo en su tiempo gran resonancia, continúa, en forma desnuda y esquelética, la tradición idealista de las artes medievales francesas; pero es un asunto que revive dentro de la atmósfera de platonismo mundano que respiraba entonces, en los descansos de la guerra, la sociedad aristocrática del Renacimiento español. Amadís (v.) es el prototipo de la perfección caballeresca, que actúa en un mundo misterioso, alejado de la realidad, donde le protegen fuerzas sobrenaturales. La sabiduría de la maga Urganda la Desconocida, le guía, le consuela y le protege en la línea de su destino que es la misma línea de la novela. El argumento de la narración, desviándose continuamente hacia escenas de encantamientos y de magia y fieras batallas con monstruos y gigantes, se centra en episodios de amor que constituyen su contenido sentimental. Amadís, hijo natural del rey Perión de Gaula y de Elisena, es abandonado, al nacer, en una barca al capricho de las olas del mar. Sólo lleva consigo, como señales de reconocimiento, un anillo y una espada. Crecido en casa de Gandales de Escocia, que piadosamente le ha arrancado de las aguas y lo ha adoptado como hijo, Amadís es más tarde conducido por el rey Languines a su propia corte. Allí conoce a la princesa Oriana, hija de Lisuarte, rey de Bretaña; y su encuentro es el de dos almas que se reconocen en un mismo sueño de felicidad y belleza. La escena (I, 4), calcada artísticamente de la del beso que se dan Lanza- rote y Ginebra (v.), está vista con fina psicología y narrada con suave delicadeza. Ambos jóvenes se juran recíproca fidelidad, ligándose indisolublemente por toda la vida. Por intervención de Oriana, Amadís es armado caballero, lanzándose a la aventura con la hermosa imagen de aquélla siempre presente en su corazón.
Responde a la posición típica de toda novela medieval de caballería, donde el amor es considerado como plenitud afectiva que lleva al amante fuera de la realidad, a un reino de libertad absoluta, donde podrá obrar sin constricción alguna. Amadís no tiene más norte que Oriana: estrella luminosa que le guía por los caminos del sacrificio, a lo largo de los cuales conquistará honor y gloria. Las aventuras brotan de las aventuras, una tras otra, sin solución de continuidad. Entre otras, Amadís vence al gigantesco rey Abies, adversario del rey Perión, y en la corte de éste es recibido y honrado con agasajos. Afortunadamente, mediante el anillo de reconocimiento, recobra allí a sus padres. Pero el destino le aleja de ellos, por los caminos solitarios de un mundo donde los prodigios se multiplican. Encantado en el castillo de Arcaláus, es libertado por Urganda, su misteriosa protectora. Sin saberlo, se encuentra luchando contra su hermano Galaor, con quien al fin se pone de acuerdo, actuando juntos desde entonces. Ambos hermanos, tras numerosas pruebas de valor emprendidas por la libertad y la justicia, consiguen salvar al rey Lisuarte y a su hija Oriana, encerrados por Arcaláus en un castillo encantado. A su vez Amadís, es encadenado y separado de todos, siendo liberado por Oriana, que se le entrega inmediatamente por obra del amor (I, 35).
Y Amadís recibe, en premio de su fidelidad, la belleza por la cual suspiraba y por la que tanto había sufrido. El motivo ideal de la novela, que aquí se pone de manifiesto, explica los sucesos posteriores que se perfilan con algún relieve entre un frágil tejido de episodios demasiado fragmentarios y dispersos. Amadís, dejando a Oriana, se dirige al reino de Sobradisa, donde la reina Briolanja le recibe con fiestas; pero él sólo piensa en la dama de su corazón y decide volver a su lado. Se pone en camino, pero en llegado a la «Ínsula firme», topa con el simbólico castillo de los escudos, donde cuelgan las enseñas de los muchos caballeros andantes que se habían esforzado en explorarlo, Triunfando de toda dificultad, Amadís penetra y liberta a innumerables prisioneros que esperaban en él, cual nuevo Galahad, de la piadosa gesta que se narra en el Santo Grial (v. Historia del Grial). En lo mejor de la empresa llega una carta de Oriana, que, indignada con él, por suponerle enamorado de la reina Briolanja, le llama falso y desleal, prohibiéndole que aparezca en su presencia. Amadís, que no puede excusarse ni mucho menos infringir una orden de su señora, se retira a la Peña Pobre, y toma el nombre de Beltenebros. El episodio es conocidísimo por la parodia que hizo Cervantes, cuando describe a Don Quijote, voluntariamente loco de amor en Sierra Morena. Pero la bella Oriana es para Amadís una realidad, mediante la cual puede reconocerse en sus aspiraciones profundas y así darse a conocer: es decir, revelarse como un perfecto caballero, siempre sumiso a la criatura a quien se ha entregado por impulso espontáneo de su naturaleza.
Y en efecto Amadís desespera en su soledad: le negaron la gloria de su fidelidad y es una gloria morir por dicha fidelidad (II, 8: «allí do muere la gloria, — es gloria morir la vida»). Desde este momento el interés de la novela gira hacia lo fantástico y maravilloso, y el arte se estanca en modalidades que se repiten con exasperante monotonía. Llamado en auxilio de Lisuarte y de Oriana, el caballero Beltenebros se convierte en el caballero de la Verde Espada, combatiente indómito, que va de victoria en victoria, de triunfo en triunfo. Montalvo prepara en el tercer libro la continuación de la antigua novela: las futuras empresas de Esplandían, hijo de Oriana y de Amadís (III, 8). Entre tanto, sigue a su héroe que paulatinamente domina la escena del mundo: no sólo es victorioso en su patria sino en alemania, en Bohemia, en Italia y en Grecia. Con su última empresa Amadís libera a Oriana del emperador de Occidente que la tenía prisionera; y ambos amantes, tras tantas luchas y peripecias, se retiran a la Ínsula firme. El último libro tiene carácter didáctico y es un conjunto de enseñanzas relativas a la vida caballeresca. Acaba en las bodas de Amadís con Oriana y de Galaor con Briolanja: así como las de otros varios caballeros, cada cual con su enamorada. Por último Urganda la Desconocida surge del mar, pronosticando los gloriosos destinos de Esplandián, a quien han armado caballero. Con su concepción del amor y su sueño de libertad y de justicia, la novela reflejaba los ideales caballerescos del tiempo. Por esta razón disfrutó de inmensa popularidad; fue la lectura predilecta de reyes y emperadores: Francisco I y Carlos V; deliciosa distracción de filósofos y literatos: Montaigne, Bembo y Castiglione; fecundo motivo de inspiración de poetas, tanto en España como en Italia — recuérdese el poema clásico caballeresco, el Amadís de Bernardo Tasso — y en alemania. Son incontables las traducciones y las adaptaciones o refundiciones según el gusto de la época, como la de Herberay des Essarts (1540-1548), a través de la cual la novela llegó a alemania y a Inglaterra, manteniéndose viva hasta principios del pasado siglo.
M. Casella
Es una vergüenza que haya que llegar a viejo sin poder conocer una obra tan excelente más que por boca de sus parodistas. (Goethe)
No es obra nacional, sino humana, en ello radica el principal secreto de su popularidad sin precedentes. (Menéndez y Pelayo)
* Entre las más notables refundiciones y continuaciones hay que recordar Las sergas de Esplandián, quinto libro del Amadís, que narra las gestas del hijo del héroe, a quien otros hicieron seguir un sexto y un séptimo libros; y el Amadís de Grecia de Feliciano de Silva (1492-h. 1560), octavo libro, condenado al fuego por el Cura, en el escrutinio de la biblioteca de Don Quijote.
* También es notable la tragicomedia Amadís de Gaula del portugués Gil Vicente (1470-1536), obra ingeniosa y ligera donde en realidad sólo se encuentran los amores de Amadís y Oriana.
* El Amadís [Amadigi], poema caballeresco en cien cantos de Bernardo Tasso (1493-1569), fue publicado en 1560. El autor se había propuesto al principio dar un aspecto clásico a las aventuras de Amadís de Gaula (v.), narrando «Una perfecta acción de hombre», al modo que lo habían hecho Homero en la Odisea (v.) y Virgilio en la Eneida (v.), y adoptando para su poema el endecasílabo libre que tras el ejemplo de la Italia liberada de los Godos (v.), de Trissino, parecía más adecuado que la octava a la dignidad de la epopeya clásica. Luego se decidió por la octava, porque gustaba más a su señor el príncipe de San Severino, y abandonó el primitivo propósito de una narración continuada de los hechos de un solo héroe, al advertir que semejante relato no había gustado a quienes escucharon su lectura, y que sólo la bella variedad de Ariosto parecía deleitar al público. Le confirmó en dicha idea la lectura del Discurso en torno a la composición de las novelas (v.) de G. B. Giraldi Cintio (1554) que legitimaba el «género» novelesco señalándole caracteres distintos de los del poema heroico de modelo clásico; y se empeñó en combinar las aventuras de su Amadís con las de otros caballeros, aproximándose cada vez más a las formas y al espíritu de los poemas caballerescos. Pero el Amadigi no es obra poéticamente vital, e interesa únicamente por su historia externa, como documento del gusto y los espíritus de una época y no por sus valores poéticos ni literarios. Resumirlo es casi imposible, tan intrincadas y sustancialmente monótonas son las vicisitudes narradas. El asunto principal es el amor de Amarís y de Oriana, quienes, protegidos por el hada Urganda, tras varias peripecias consiguen unirse en matrimonio; y con las aventuras de Amadís se enlazan las de Alidoro, hermano de Oriana, enamorado de Miranda, hermana del protagonista, y de la otra pareja de enamorados, Floridante y Filidora. Todos los caballeros están llenos de altas virtudes, siempre fieles a sus damas. Sólo Galahor, con su volubilidad amorosa, constituye una excepción, pero parece una excepción voluntaria, para que mejor resalte la exaltación del amor honesto que Tasso quería hacer con su poema. En él, según la índole intelectualista de la obra, abundan las abstracciones y las personificaciones, pero no consiguen animarlo. Como tampoco los seres fantásticos (hadas, enanos, gigantes), ni el amontonamiento de maravillas.
M. Fubini
* En el campo musical se recuerda la tragedia lírica en cinco acto y un prólogo Amadís de Gaula, compuesta por Gian Battista Lully (1632-1687) sobre libreto de Quinault y representada en París en 1684; fue uno de los primeros y más sinceros éxitos del autor.
* Entre las numerosas óperas de Georg Friedrich Hándel (1685-1759) figura también un Amadís, representado en Londres en 1715, una de las primeras composiciones escritas por el gran maestro alemán en la corte inglesa, y que aun no siendo de las mejores del período londinense, contiene hermosas arias. También Johann Christian Bach (1735-1782) compuso un Amadís de Gaula sobre libreto francés; la ópera fue representada en París en 1779. Hay que recordar también un Amadis, ópera menor de Jules Massenet (1842-1912) en cuatro actos sobre libreto de Jules Clarétie, representada, postumamente, en Montecarlo en 1922.