[Esquisse d’un tablean historique des progrés de Vesprit humain]. Redactado en 1794 por el marqués de Condorcet, en espera de que la furia jacobina se abatiese sobre su refugio secreto de miembro girondino de la Convención, es el extremo acto de fe de la concepción ilustrada de la historia.
Establece la idea de que la razón, abundantemente conculcada y oprimida en el curso de los siglos por la tiranía ejercida por toda clase de despotismos, ha encontrado en el siglo de las luces la fuerza de rebelarse contra el pasado, afirmando libremente sus derechos. La historia es vista por consiguiente sólo en función del presente y sólo puede llamarse historia porque revela aquí y allá la tendencia subterránea de la razón a prevalecer sobre las fuerzas contrarias del fanatismo y de la barbarie. Dentro de este paradigma se disponen los elementos cada vez más refinados que por conquistas sucesivas y mecánicas han dado la feliz complejidad actual al espíritu humano. Cada capítulo señala una etapa de este característico proceder a saltos, desde la época de las primeras agrupaciones pastoriles, pasando por las agrícolas, y los varios descubrimientos de la escritura y de las ciencias, hasta la invención de la imprenta y al tiempo en que la filosofía (es decir el racionalismo), sacudido el yugo de la autoridad, ha dado finalmente a la razón su dominio pleno.
Tras este último y definitivo aspecto de la realidad histórica ceden y se destiñen las precedentes tentativas ligadas por una causalidad mecánica y carentes de valores ideales. La exagerada conciencia de la perfección conseguida, disminuye el valor de la experiencia pasada y deja abierto el futuro a una perfectibilidad indefinida. Así, permaneciendo^ inmutable la absoluta capacidad de la razón (que encierra en su mecanismo una chispa de eternidad), se hace posible su crecimiento progresivo, que equivale a una verificación cada vez mayor y a una invención cada vez más sutil de sus instrumentos de trabajo. El concepto del progreso no se resuelve, pues, en un desarrollo orgánico, sino que queda limitado a lo absoluto de una gradual epifanía de la razón.
L. Rodelli