Es una de las obras más significativas del gran retórico Libanio (314-393), maestro del emperador Juliano el Apóstata, de tan gran influencia sobre la cultura de su tiempo, que la observamos incluso en los dos principales campeones del Cristianismo, San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisóstomo. La colección contiene mil seiscientas cinco cartas (el más rico epistolario que nos ha legado la antigüedad), que nos presentan en vivos colores la vida de su tiempo, permitiéndonos seguir las relaciones del gran maestro con los más insignes personajes, en la política, ciencia o literatura, del imperio y de Constantinopla.
Los más íntimos de Libanio, con los que la correspondencia es más frecuente, son Aristeneto, Máximo, Acacio, Eusebio, Andrónimo, Modesto, Prisciano y Temistio. Interesantes son la carta XXVIII a Anatolio, cargada de sentencias y conceptos a la manera de Séneca, y la DLI, también a Anatolio, en la que habla de cierto proceso, cuya defensa encomienda a su amigo, y cuya composición es resto de una notable tradición novelística. En general, la argumentación es retórica, y los elementos personales se pierden entre miríadas de noticias literarias, históricas, jurídicas y políticas; pero si en este sentido la investigación no da grandes resultados, por otra parte la unidad de estilo y la grandiosidad del arte de este agudísimo y habilísimo retórico, han sabido fundir en un todo armónico la disparidad de los elementos, para formar un volumen rico y magistral, que si es inferior a Séneca en profundidad y sabiduría, le es superior en brío y no le resulta inferior en vitalidad.
I. Cazzaniga